Padre Eduardo Hayen.- A la ideología de género no le gustan los estudios de las diferencias sexuales entre varones y mujeres. Para el lobby LGBTQ los varones y las mujeres nacen con género neutro, y cada persona puede elegir, a lo largo de su vida, el género con el que se sienta más cómodo. Existen numerosos estudios sobre las diferencias biológicas, físicas y psíquicas que las personas poseen desde su nacimiento y que son muy singulares en cada sexo. Estos estudios indican que, antes de lo que la cultura puede enseñarles a las personas sobre la manera de comportarse según su sexo, existen condiciones antropológicas propias del varón y la mujer que no dependen de la cultura.
A nivel físico existen diferencias en la constitución de las formas corporales masculina y femenina, así como en la distribución del vello y la grasa corporal; de los órganos genitales externos e internos, y de desarrollo mamario. Las diferencias biológicas entre sexos se distinguen por el tono de voz, la potencia muscular, la capacidad respiratoria, la resistencia al alcohol, la función reproductora y la secreción láctea de las mamas. En el plano psicológico cada sexo tiene una particular forma de sentir, de hacer las cosas y de ser. Los hombres somos más racionales, abstractos, impulsivos y resolutivos. La mujeres son más afectivas, comunicativas, concretas e intuitivas.
Si desde hace algunas décadas la ideología de género estaba obsesionada con homosexualizar a la sociedad, hoy su fijación está en transexualizar a los niños. Joanna Williams en su informe “El impacto corrosivo de la ideología transgénero” define al transgenderismo como “un movimiento ideológico que cuestiona los derechos basados en el sexo y propaga la idea de que el género de una persona no tiene relación con su anatomía”.
Hace algunos años la mayor parte de las personas que tenían disforia de género –sentir que se tiene un alma masculina atrapada en un cuerpo femenino o viceversa– eran mayores de 50 años. Hoy estamos ante una explosión de casos de menores –sobre todo de chicas– que dicen que su psicología no corresponde a su sexo biológico. En Estados Unidos y Europa es como un contagio. Algunos psicoterapeutas como James Caspian –citado por Williams– dicen que los menores se plantean la posibilidad de una transición hacia el sexo contrario a causa del influjo de las redes sociales donde abundan los mensajes de cambio de sexo como una opción atractiva. Además los programas de educación sexual escolares son favorables a la transexualidad.
La obsesión de los gobiernos y organizaciones liberales por transexualizar a los niños es una muy grave injusticia con efectos destructivos que pueden ser para toda la vida. Se les están proporcionando bloqueadores de la pubertad y tratamientos con hormonas del sexo contrario sin saber de sus efectos a largo plazo, lo que es una verdadera violencia a la identidad de la persona y un abuso sexual. Dice el refrán: “Aunque la mona se vista de seda, mona se queda”. Por más cirugías e tratamientos hormonales que reciba una persona, siempre sus cromosomas hablarán por sí mismos. Muchos de ellos, que han hecho el experimento de hacer la transición al sexo contrario, se han arrepentido, y son muchos los trastornos psíquicos que se desarrollan en los transgénero así como mayor es el índice de suicidios.
Los efectos sociales del transgenderismo han empezado a brotar. Uno de ellos es la destrucción del deporte femenil. Caso emblemático es el de William Thomas, nadador transgénero de la Universidad de Pensilvania, que se convirtió en Leah Thomas y que ahora está haciendo picadillo a todas las mujeres que compiten con él en la piscina. Lo curioso es que los liberales aplauden a la musculosa “Leah” mientras levanta triunfante su trofeo de primer lugar, en tanto que las otras esbeltas chicas subcampeonas deben conformarse con segundos y terceros lugares. Es una contradicción de la ideología de género que, por un lado, celebra a esta mujer “trans” por abrazar su auténtico yo, pero al hacerlo ignora el arduo trabajo y las oportunidades de las mujeres reales.
Algunos dirán que este lenguaje es de odio. Los católicos no podemos promover el odio a las personas que tienen disforia de género. Simplemente afirmamos que el transgenderismo o transexualismo es un gran engaño, que nadie puede cambiar de sexo –por más cirugías y tratamientos que se haga– y que quienes presentan la enfermedad psíquica de no identificarse con su sexo biológico deben ser tratados con psicoterapia para lograr esa identificación. Los católicos jamás hemos de tratar con desprecio a estas personas sino con caridad. Lo cierto es que nunca debemos enredarnos en la mentira de llamar pan al vino y vino al pan. La verdad nos hace libres.