Senador Cruz Pérez Cuéllar.- En el sepulcro yace muerta la promesa vana del gobernador Javier Corral de que en su administración los periodistas gozarían de una “libertad” para ejercer su oficio como en ningún otro gobierno, como nunca antes lo habían podido hacer. Ofrenda hueca que fue sepultada a los seis meses de este quinquenio, cuando fue asesinada la insigne periodista Miroslava Breach.
Desde entonces muy pocos periodistas guardaron la esperanza de que al menos se pudiera cumplir la mitad de aquella fantasía, que sólo existía en la cabeza de aquél hombre que no únicamente no respetó sus límites con la prensa sino que para muchos se convirtió en un verdugo, y peor, en cómplice del homicidio de la corresponsal de La Jornada y colaboradora de Norte de Ciudad Juárez.
Aquél que se presentaba como “el primer gobernador periodista de Chihuahua”, resultó un adversario para el gremio; y ahora, en el estertor de su administración, no se le pide libertad de expresión o de prensa, nomás una cosa: que ya no persiga a los comunicadores y no proteja a los delincuentes que quieren hacerles daño por su trabajo.
Ese es el reclamo también de la sociedad; que en el caso concreto de Miroslava, es que el mandatario estatal deje de brindar protección a su exsecretario particular, José Luévano Rodríguez, quien estaba a cargo de la dirigencia estatal del PAN cuando habría actuado junto con su vocero, para enredar y luego entregar a Miroslava a sus verdugos, envueltos en delitos relacionados con el crimen organizado.
El otro correligionario suyo que se beneficia de ese resguardo es Alfredo Piñera Guevara, entonces vocero del PAN estatal, y que gracias a la justicia selectiva que practica Javier Corral, junto con el otro panista han sido preservados del castigo, o por lo menos de una investigación íntegra que amerita el caso.
Existe una grave contradicción del gobernador, entre el dicho y los hechos, el problema es que en el primer caso, podía o no cumplir su palabra de garantizar la libertad de expresión y de prensa, a final de cuentas ésta tiene el valor que el propio mandatario le ha querido dar a lo largo de su gestión; pero en la segunda cuestión, la relacionada al crimen de Miroslava, no tiene opción, está obligado a denunciar y a entregar a los dos panistas que a la luz de las pruebas fueron cómplices del asesinato; el mismo protector se convertiría en su compinche, vergonzosamente por razones de partido y de un ideal corrompido.
Hablamos de una periodista cuyo legado es parte de la historia de los últimos 20 años de nuestro estado, ya fuera como corresponsal de La Jornada, como reportera de El Heraldo, de El Diario o de Norte de Ciudad Juárez; allí estuvo en la lucha de los derechos de las mujeres de Juárez, publicando los abusos, los homicidios horrendos y criticando la pasividad con la que actuaban las autoridades frente al fenómeno de los feminicidios, sobre lo cual daba puntuales relatos.
Miroslava, reconocida por su constancia y profundidad en sus investigaciones sobre diversos temas, también fue cuchillo de palo, por el tema de las mineras, las nacionales y extranjeras que despojaron de sus tierras a los campesinos de la zona serrana; señalaba en sus escritos la criminal contaminación del subsuelo por estas empresas que a cambio de muy poco destruían enormes ecosistemas.
Ella formaba parte del entorno y con su agudo sentido crítico, y una sensibilidad propia de una excelente periodista, nos daba pormenores brillantes de esa realidad de Chihuahua, en cuanto a la inseguridad común pero asfixiante de la ciudad, el trasiego de enervantes y la colusión de los narcos con el poder establecido, a la explotación de los bosques y áreas naturales de la Sierra, al despojo de los indígenas de su hábitat, a casos de injusticia cometidos en despoblado.
Sus relatos sobre madres cuyas hijas habían sido víctimas de feminicidio dibujaban con crudeza pero con realidad lo que vivimos hace pocos años, o lo que estamos viviendo todavía; la fría entrevista con el feminicida encarcelado, revelaban su astucia y valor.
Su arrojo y audacia nos hace pensar que si fuese otro el caso y estuviese ella aquí, viva, no habría dudado en reclamar esa pusilanimidad y cobarde protección que hace Javier Corral de sus correligionarios. Y no, no lo habría escrito como buena periodista, se lo hubiera espetado en la cara al mismo gobernador, como la valiente mujer que era.
No le valieron tantos años de conocerla, de realzar a cada rato su profesionalismo y capacidad; y aún después de fallecida se llenaba la boca diciendo que era su amiga; de nada valen sus dichos y promesas, lo único que importa es que le responda con hechos, aunque atente contra la imagen de su partido.
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