Padre Eduardo Hayen.- Jesús no fue primero “sí” y luego “no”; en él todo se ha convertido en un “sí” (2Cor 1, 18-22)
En su libro “El joven de carácter” describe Tihamer Toth que durante el gobierno comunista en Hungría estaba prohibido rezar en las clases. En una de las escuelas de Budapest llegó un profesor del régimen y pidió a los alumnos que se sentaran. Ellos siguieron de pie. “¿Qué sucede? ¡Siéntense!”, les ordena el catedrático. Los muchachos le contestan: “¡No hemos rezado todavía y queremos hacerlo!” Lleno de rabia el profesor les grita: “Ya saben que no está permitido rezar”. “¡Todavía no hemos rezado!”, repite el coro. “Recen, pues”, fue la respuesta.
La anécdota es un potente testimonio de carácter cristiano. Esos muchachos húngaros estaban convencidos de su fe católica y querían permanecer fieles a ella, a pesar de la persecución. Sabían que el primer deber del discípulo de Jesucristo es amarlo a Él por encima de los demás amores y dirigir a Dios su pensamiento y actividad. Era su convicción porque sabían que a Jesús no le agradaban los tibios de carácter sino los discípulos reacios a la pusilanimidad como Natanael, aquel israelita en el que no encontró doblez.
Cuando vemos que en la Iglesia se pierde el carácter cristiano y se quiere rebajar la doctrina sobre matrimonio para permitir que las personas que viven en adulterio puedan recibir la Comunión eucarística, viene en muchos de nosotros una gran decepción. O cuando escuchamos a sacerdotes que alientan a sus fieles católicos a celebrar el “mes del orgullo”, en vez de denunciar el pecado e invitar a abandonar toda práctica homosexual, no podemos ocultar nuestra tristeza.
¿Y qué decir de la destrucción del espíritu que animó la Pontificia Academia para la Vida que fundó san Juan Pablo II para adoptar posturas más laxas en temas de aborto y eutanasia, o la publicación de textos litúrgicos de algunos obispos alemanes para bendecir parejas del mismo sexo? Uno se queda defraudado ante la pérdida del temple cristiano de algunos jerarcas de la Iglesia frente al mal. El espíritu del mundo que Cristo condenó empieza a devorar al pueblo cristiano.
A veces en las parroquias algunos católicos, generalmente no practicantes y corrompidos por el mundo, se atreven a presentarse en las oficinas parroquiales con documentos falsos de preparación para recibir los sacramentos y así solicitan el bautismo. Incluso hay quienes pretenden sobornar al sacerdote para celebrar los sagrados misterios. Frente a estas actitudes absolutamente despreciables, el Señor es claro: “Así, porque eres tibio, y no frío ni caliente, estoy por vomitarte de mi boca. Pero como eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.” (Ap 3,16).
Recordemos siempre que el cristianismo es una religión combativa que exige reciedumbre y firmeza contra el mal. San Miguel Arcángel está presente en la Sagrada Escritura, desde el comienzo y hasta el final de la historia de la Salvación, como modelo de los que luchan por Dios. No es un arcángel afeminado con rizos de oro y un arpa en la mano, sino un guerrero bíblico, musculoso y con espada, capaz de pelear a brazo partido durante toda una noche de pugna y proclamar, con voz de trueno, la victoria de Dios.
Lo más probable es que nosotros, cristianos católicos del siglo XXI, no tengamos oportunidad de salir a pelear por el Señor de los Ejércitos, como en las grandes epopeyas bíblicas, con espadas o armas de fuego. Sin embargo, nuestra vida será heroica si, con perseverante celo, tesón y escrupulosidad, nos esforzamos en mantener encendido nuestro ideal de santidad, hacer el mayor bien posible y cumplir fielmente nuestros pequeños deberes de todos los días.