Antonio Fernández.- La predicación de Juan Bautista anunciando la venida de Jesucristo Nuestro Señor, es una profecía que en todo siglo y hasta el tiempo actual, es punto a meditar en la vida de cada persona: “Producid frutos propios del arrepentimiento”.
El objetivo del pecador es convertirse, lo que significa modificar la vida de pecado; los caminos son todos aquellos que el amor de Dios por el alma dispone los medios para que surjan del corazón en el alma apenada.
Hay pasos sencillos que todo pecador al conocer su realidad espiritual de la que se ha alejado, se resuelve consigo mismo a luchar por arrepentirse, de lo que se afirma la resolución de una disposición a un hecho no solo posible, sino necesario.
Cuando ha sucedido lo anterior el pecador avanza en su retorno a Dios ahondando profundamente en los actos de su vida pasada, el profundizar significa realizar una importante y valiosa reflexión de tal forma que el alma memorice y atraiga el recuerdo más lejano de sus actos con el fin de prepararse a la confesión.
El sacerdote tranquilizará la agitación del alma en situaciones que todos conocemos cuando confesamos nuestros pecados, de los que cada quien sabe el grado de gravedad, porque como pecador se tiene presente que el pecado es un acto violento donde el actor se rebeló contra la voluntad de Dios, habiendo retirado por voluntad propia su alma y su corazón del Señor.
El sacerdote dispondrá al pecador la penitencia que a su criterio corresponde por la confesión, el pecador ha logrado con el favor de Dios convertirse y vendrá el repaso de esos males a reconocer con dolor haber ofendido a Dios con su conducta.
Gracias a la absolución del sacerdote, los pecados le son perdonados, lo que se lee sencillo si el pecador quiere hacerlo, difícil cuando la inseguridad, el temor y la desidia hacen titubear porque no hay una convicción firme para salir del pecado.
Pasa el pecador al paso de la conversión, ello significa haber reconocido sus pecados y estar arrepentido, viene el esfuerzo de perseverar en el alejamiento de la tentación que como ave de presa está al acecho del alma convertida.
Por ello muestra Cristo Nuestro Señor las estrategias de Satanás: “Cuando el espíritu inmundo ha salido del hombre, recorre lugares áridos buscando reposo, pero no lo halla. Entonces se dice: Voy a volver a mi casa, de donde salí. Entonces se va a tomar consigo otros siete espíritus aún más malos que él; entran y se aposentan allí y el estado último de ese hombre viene a ser peor que el primero.”
¿Y cuáles son esos siete demonios? Son los pecados capitales: la soberbia maligna, avaricia, lujuria, gula, envidia, ira y pereza. ¿Pero quién los detiene? Nadie, solo la gracia santificante dará la fuerza espiritual para superarlos.
La lucha del bien contra el mal en el alma no tiene descanso, se vencerá cuando Cristo Nuestro Señor da a las almas la gracia para conservarse en continuo proceso de conversión, siendo esta enseñanza impartida por Jesucristo Nuestro Señor a Pedro sobre cómo obrar ante la acción pecadora del Tentador.
“Señor, ¿cuántas veces pecará mi hermano contra mí y le perdonaré? ¿Hasta siete veces? Jesús le dijo: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. Este el bien misericordioso del Señor: el perdón de nuestros pecados.
El grano de maíz cambia hasta hacerse mazorca. El grano de trigo cambia hasta hacerse espiga, el cuerpo del niño cambia hasta hacerse hombre, luego entonces todo lo que tiene vida cambia, y esto es innegable, las piedras no cambian, los metales no cambian, pero el ser humano los transforma.
Es profundo comprender la realidad de nuestra vida, pero lo que no cambia es morir, no cambia el último paso a la eternidad. Todo lo que tiene vida cambia y no cambiará el morir, para el cristiano católico el morir es cambiar de vida, es dejar el mundo e ir a la eternidad.
Se habla entre la gente del mundo erróneamente juzgando porque nadie sabe lo que en el interior hace el pecador por convertirse; por ejemplo, el libidinoso mujeriego, al que vemos en la Iglesia dándose golpes de pecho y comulgando; esa mujer coqueta que veía a los esposos y a solas platicaba con ellos y ve tú a saber lo que hacían porque esa mujer es mala.
Y resulta que ahora las ves confesándose, rezando, yendo a misa, y así hay muchas almas que reconociendo sus maldades se arrepienten, y el camino es arrepentimiento, penitencia y conversión para no volver a los caminos tortuosos que nos refiere Juan el Bautista.
Pero bueno es recomendar a esas personas que critican sin tener derecho a juzgar, que de poder ver al interior de su alma descubrirán que están más mal que las personas que ofenden con su crítica morbosa, aun así, Dios Nuestro Señor espera lo mismo de ellas: “No solo perdonar siete veces, sino setenta veces siete”, lo que significa siempre perdonar.
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