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Antes era mejor que hoy

Héctor Molinar.- Aunque tengamos la misma raíz, el mismo lenguaje, las mismas costumbres, la misma cultura y educación, la misma nacionalidad, el mismo país, estado y ciudad, ¡no somos iguales!. 

Hemos crecido en diferentes etapas de la vida. Años diferentes que han marcado la pauta a seguir, transformando a la sociedad considerablemente. La vida no es igual, ni sigue igual. No se valora de la misma manera que hace cien años, o cincuenta o treinta. 

La educación que contiene el mismo vocabulario y ortografía, nos ha cambiado en la manera de decir las cosas. Lo que era en general, hoy en día se debe dividir o definir según el sexo. Cuando en la actualidad el sexo es lo de menos. 

Hemos avanzado definiendo la forma de vida de hombres y mujeres, aceptando una extensa lista de ideologías, que ya no tienen lugar a diferenciarse en masculino o femenino. Todo es uno, y uno es todo, o lo que es no es, sino lo que quieres ser, aunque no lo seas, pero así te debemos aceptar, porque eres lo que quieres finalmente.

Se terminaron los conceptos tradicionales como el de la familia y el matrimonio, para dar cabida a todo aquello que libremente elija la pareja, entendiendo como pareja a dos personas sin importar el sexo. 

De tal manera que todo lo que hagamos o digamos en la actualidad, debemos pensarlo dos veces porque podemos ofender a alguien, o violar su derecho humano. Los derechos humanos universales, son los que definen el rumbo, aunque no de manera sencilla, porque hasta para interpretarlos correctamente ha tenido que intervenir la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Se leen muy fácil, parecen sencillos, pero no. No es fácil, ni sencillo, sino todo lo contrario, aunque parezca entendible sin que lo sea. Ejemplos de ello sobran. 

Con los derechos humanos, que antes eran las garantías individuales, aunque no tan amplias como los derechos, nacieron las generaciones de los noventas. La trasformación comienza con la vida de alta tecnología, tan simple como tener un teléfono celular. Tan sencillo como vivir sin conocer la vida de nuestros antepasados, que nos heredaron el dicho de que “antes era mejor que hoy”.

Y es que el “antes” no se lo pueden imaginar los jóvenes de los ochentas para acá. Su vida es demasiado distinta a la de los jóvenes de los sesentas y setentas, que somos los que todavía sobrevivimos. Tenemos mucho que decir y poco que nos entiendan. Tuvimos la fortuna de vivir todos los cambios que hoy son “normales”. Todo lo que se nos hacía imposible, hoy es posible. 

Desde los bailes formales, en salones que eran elegantes con música en vivo de orquestas y conjuntos modernos que nos obligaban a bailar pegaditos. Pero solo era entre un hombre y una mujer. La pista de baile se llenaba con parejas que evocábamos el romanticismo de las baladas de letra cursi, al estilo de Roberto Carlos, José José, Camilo Sesto, Raphael, Rocío Dúrcal, Estela Núñez, y el gran divo de Juárez Juan Gabriel. 

Nos imponen los derechos humanos y está prohibido prohibir. Solamente el Estado está facultado para prohibir, mediante leyes que se han ido adaptando al sistema de los derechos inherentes a todos los seres humanos, si distinción alguna de raza, sexo, nacionalidad, origen étnico, lengua, religión o cualquier otra condición. Así vienen en la Carta Magna. 

Y es que todo lo que se diga o promueva puede caer en violación de derechos humanos. Se han inventado pruebas científicas que no podemos utilizar porque pudiéramos caer en discriminación. Así me contestó un Magistrado que está elaborando el sistema contra las adicciones de sustancias nocivas para la salud, cuando le propuse que los capacitadores de capacitadores pasen por el filtro del anti doping. ¡No puede ser! Me contestó. Porque estaríamos estigmatizando a los profesionales que van a capacitar. Es discriminación y violamos su derecho humano. 

Cuando me encuentro en audiencias como abogado que soy, y que son orales en la actualidad, en dos o tres ocasiones he recibido la llamada de atención de la mujer que imparte justicia cuando le digo “juez”. Me corrigen molestas agregando “dígame jueza”. Y es que no es por ofender, sino cuestión de educación; así me educaron desde la primaria hasta la profesional, pues cuando terminé mi carrera de licenciado en derecho, nunca me dijeron que la jurisdicción tenía sexo y que tratándose de una mujer le dijera jueza.  

Por eso y mucho más no nos podemos comprender. Entender sí. Como ocurre con los antros, que en mis tiempos un antro era el más bajo de los lugares donde se consumen bebidas embriagantes y de mala reputación. En la actualidad un antro es el lugar preferido de los de la “alta”. También consumen tequila como lo más fino, que en mis tiempos era lo más corriente y barato. 

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