Alejandro Cortés González-Báez.- El tema de la amistad aparece con mucha frecuencia en todos los medios y me parece que este hecho está más que justificado, pues vivir sin amigos equivale a vivir solos, y la soledad es espantosa.
Conviene recordar que la amistad es un tipo de amor, y que puede llegar a ser de gran calidad, profundo y fiel como el que más. Seguro que todos tenemos amigos con quienes hemos pasado momentos maravillosos, al igual que otras experiencias tristes y angustiantes y habremos mantenido ese cariño a lo largo de muchos años, muchos, muchos años. Esto es una maravilla.
Es muy probable que no siempre nos hayamos comportado a la altura de ese vínculo y hayamos hecho comentarios, bromas y acciones que hayan herido a esas personas que resultaron lastimadas, especialmente porque lo último que esperaban era la imprudencia de aquel amigo y al darnos cuenta de nuestros errores nos sentimos, también, muy mal.
En nuestro ambiente, resulta frecuente llamar amigo a cualquier conocido para no humillarlo al presentarlo a un tercero, pero cuando pensamos en quiénes son nuestros verdaderos amigos caemos en la cuenta que son muy pocos, es decir, aquellos que están cuando y como se debe sin importar nada.
En un video se presenta un hombre hablando en portugués y dice que amigos son aquellos que te buscan, te ayudan, te ponen atención cuando ya eres un inútil, es decir, cuando no les puedes reportar ningún beneficio. Estoy de acuerdo con esto.
Amigo no es camarada, cuate, compañero, partidario… No, amigo es alguien incondicional, es otro yo. Pensando de formas diversas a como yo pienso, teniendo gustos distintos a los míos, pues esta relación puede darse de dos formas: por compatibilidad o por complementariedad.
Me resulta impactante que Jesús les haya dicho a sus apóstoles: “A vosotros os he llamado amigos”. Sabemos que esta forma de unir a dos personas no es incompatible con las diferencias de edad, de cultura o profesión, pero que Dios me ofrezca ese vínculo de intimidad con Él no es lógico. La conclusión que saco de ello es que he de trabajar en mí para corresponder a esa gracia a base de tratarlo mucho más, depositándole toda mi confianza.