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Alzacuellos y sotana

Alejandro Cortés González-Báez.- Me acaba de llegar un artículo poco común publicado en “El Mundo”, periódico español, firmado por Enrique Galindo. Lo copio como lo encontré:

De un tiempo a esta parte cada vez que veo a una monja o a un cura por la calle me paro a saludarlos y a agradecerles su labor. Las monjas sonríen abiertamente y me dan las gracias, los curas son más discretos.

La semana pasada vi a uno de la “vieja escuela”, con sotana y alzacuellos cerca de la catedral, me corté un poco ante tanta solemnidad pensando que quizá fuera el obispo o alguien de un poco más arriba que un cura de barrio, no le vi solideo ni cordones color violeta y me le acerqué, maletín en mano y con la corbata floja de vuelta del juzgado.

“Buenos días, padre, y muchas gracias por su labor y por hacerla tan visible, ya no se ven curas como usted y es una pena”. El hombre me miró y miró su reloj… “¿Tienes tiempo para un café?” me preguntó. “Claro que sí”, contesté.

Y allí nos fuimos a las terrazas de la Plaza de la Paz, entre amas de casa que salían del mercado, jubilados y empleados del ayuntamiento que pasaban la mañana al sol del invierno. “Yo nunca llevaba sotana, me dijo, de hecho no llevaba ni alzacuellos, yo era una persona que era cura como podría haber sido abogado como tú o bombero o cualquier otra cosa, pero resulta que era cura”.

Las palomas subidas en las mesas de metal de al lado picoteaban los cacahuates abandonados por dos chavales que se habían ido. “Pero un día cuando estaba yo de párroco en un pueblo de Madrid cambiaron al obispo y nos convocaron a todos los curas para reunirnos con él… Y yo pensé que para la ocasión, por lo menos, me tenía que poner el alzacuellos…, y al final…, alzacuellos y sotana”.

Pidió café solo y se lo tomó a sorbos y sin azúcar, como los hombres. “Me fui en el metro para llegar al obispado y en el metro —pues era consciente de que la gente me miraba porque hoy día ir con sotana es todo un espectáculo— un hombre con la vista perdida sentado solo en un banco de a dos comenzó a mirarme fijamente, estuvo un rato mirándome y se acercó a mí, me preguntó si era cura de verdad. De verdad, le dije yo, y a tu disposición”.

Con el último sorbo del café el cura me acabó de contar la historia: “Me dijo aquel hombre que se iba a tirar a las vías del tren y que había pedido una señal. Aquel día la señal fui yo vestido con sotana. El hombre me abrazó y se echó a llorar. Desde entonces llevo sotana todos los días”.

Hasta aquí el relato de este editorialista español. He de confesar que cuando algunos me ven por la calle vestido de sacerdote —porque eso soy— es decir, no me “disfrazo”, me pongo mi “uniforme” como lo haría un militar o un enfermero, también me han gritado “cuervo”; pero mi experiencia personal es que eso me ha sucedido excepcionalmente, pues lo común es que la gente me salude con mucho respeto y, no pocas veces, manifestando su simpatía. Gracias a Dios, en ocasiones he tenido experiencias parecidas a la del relato. 

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