Dr. Fernando de Jesús Hernández Estrada.- Ernesto es un adolescente de 17 años, introvertido e inseguro con gruesos lentes que evidencian su severa miopía. Llegó a instancias judiciales acusado por consumo de sustancias y por agresión sexual a una de sus hermanas, la cual, a la postre, contaba con 2 años de edad. Su madre lo denunció cuando su pequeña hija lloraba cada vez que la dejaba con él, cuando iba a trabajar. Mujer divorciada por frecuentes disputas con su pareja. El daño inició desde entonces.
Fue canalizado a la “Fiscalía General del Estado” en la que un juez especializado en la “Ley Federal de Atención de Niñas, Niños y Adolescentes” revisó su caso y le dictó una sanción que se ejecutaría bajo la supervisión del instituto de servicios previos al juicio, donde les fue asignado un abogado para fungir como supervisor quien deberá asegurarse del cumplimiento de dicha sanción en alguna institución especializada en el área que ese delito corresponda.
¿Qué lleva a un adolescente a incurrir en un delito?
¿Estamos descuidando como sociedad algún aspecto formativo de nuestros hijos?
¿El niño o adolescente que incurre en delito es un culpable o víctima?
¿En México tenemos un sistema judicial que atiende estos casos?
Por principio de cuentas, habría que aceptar que hemos perdido la capacidad formativa hacia los pequeños. Son la falta de imposición de límites y la ausencia de normas a respetar en casa y fuera de ella, los principales factores que obstaculizan la construcción de seres humanos éticos y respetuosos de las normas sociales. No es posible esperar que de manera espontánea estos chicos sean ciudadanos ejemplares, sin tomar en cuenta que la misma sociedad y los regímenes gubernamentales no proporcionan a niñas, niños y adolescentes las condiciones de vida adecuadas para su desarrollo integral como un entorno familiar afectivo y económicamente estable, escuelas de calidad, parques dignos, museos, bibliotecas físicas y digitales, entretenimientos formativos supervisados y con el decoro suficiente para el sano esparcimiento. Resulta una paradoja social que, desposeídos de las condiciones mínimas necesarias para su desarrollo pleno, cuando incurren en algún delito es cuando aparece la aplanadora judicial y los trata como delincuentes.
Por otra parte, nuestro contexto social favorece egocentrismo, utilitarismo y relativismo lo que da como producto aquello que deseamos combatir. El adolescente no aprende a actuar con libertad responsable porque su vida consiste en satisfacer sus necesidades materiales, que son su único referente.
Que a nadie extrañe que el adolescente no tenga la fortaleza formativa para rechazar aquello a que lo incita su entorno ya viciado que lo lleve a presentar conductas inapropiadas, como consumir drogas, alcohol y padecer ansiedad, depresión, conductas suicidas y la búsqueda por solucionar sus problemas solo con violencia, que ocurran embarazos adolescentes, además de deserción escolar y todo aquello que le produzca un estado de insatisfacción permanente o que lleguen a ser seducidos por el crimen organizado.
Dejaré para la próxima entrega, el intento que está realizando “Sumando Esfuerzos” ante este problema. Sólo para terminar esta entrega, dejaré a nuestros amables lectores dos preguntas que detonen la inventiva y así podamos todos encontrar caminos nuevos para intentar mejorar nuestras comunidades vulnerables que han sido históricamente abandonadas a su suerte:
Los adolescentes infractores, ¿son víctimas o delincuentes?, y, ¿Existe en nuestra ciudad algún intento organizado por solucionar este problema?
“Sumando Esfuerzos” se ha dado a la tarea, con otras organizaciones de la sociedad civil y con diferentes instancias judiciales, para sumar esfuerzos y colaborar en busca de minimizar este problema que es un asunto serio en nuestra región. En la próxima entrega comentaré algunos de estos pormenores.