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Cristianismo profano

Padre Eduardo Hayen.- ¿Qué clase de cristianismo es el que se quiere vivir hoy en buena parte de algunos países ricos como Alemania y Austria? Miremos las reacciones a la respuesta negativa que dio la Congregación para la Doctrina de la Fe a la pregunta de si la Iglesia debería bendecir uniones homosexuales. Nos daremos cuenta de que se trata de un cristianismo profano.

En Estados Unidos el sacerdote jesuita pro gay James Martin y sus seguidores dijeron sentirse desilusionados y tristes. El obispo de Amberes, Johan Bonny, confesó sentirse avergonzado de pertenecer a la Iglesia Católica. Georg Bätzing, presidente del episcopado alemán, ha dicho que no bendecir a las parejas gay es algo que no va con ellos, que son cosas de Roma y que Alemania tiene sus propios criterios.

Un grupo de más de mil de sacerdotes y laicos alemanes y austriacos manifestaron su decisión de no obedecer y continuar impartiendo bendiciones a las uniones homosexuales, como desde hace tiempo lo venían haciendo.

Cuando hay desobediencia al Magisterio de la Iglesia, sobre todo por parte de obispos y sacerdotes, se crea una gran confusión en el pueblo cristiano, con el riesgo de que muchas almas terminen alejadas de la comunión con la Iglesia de Cristo.

En aquellos países europeos muchos critican abiertamente al Papa porque no les ha concedido el sacerdocio a los casados, ni ha aceptado de la ideología de género; tampoco les ha otorgado el sacerdocio femenino, ni el aborto o la eutanasia; ni siquiera la Comunión a los protestantes.

Creyeron que el pontificado de Francisco traería una ola de reformas de mayor apertura moral, y nada. Al no poder hacer una revolución para cambiar la doctrina y la moral de la Iglesia como les gustaría, ellos optaron por el camino del progresismo, es decir, dar pequeños pasos en “progreso” hacia una Iglesia abierta, moderna y liberal.

Hay católicos –no solo laicos sino obispos y sacerdotes– que creen que el espíritu del mundo y la Iglesia Católica deberían reconciliarse. Ellos creen que ser cristianos es sumergirse en el mundo y sus máximas. Sería muy bueno que los católicos devotos de la progresía recuerden lo que dijo el cardenal Ratzinger: la encarnación de Jesucristo solo puede entenderse a la luz de su Pasión y Resurrección, donde la cruz ocupa un lugar central. Decía: “Si para la Iglesia abrirse al mundo significa desvestirse de la Cruz, ello la conduciría no a una renovación, sino a su fin”.

En su libro “El espíritu de la liturgia”, el cardenal Ratzinger señalaba que nuestra forma actual de sensibilidad religiosa ha dejado de percibir la presencia del Espíritu Santo por medio de los sentidos. Hoy la tendencia es aislar a Dios de la naturaleza, a organizar al mundo sin Dios, de modo profano. Ejemplo claro es la manera en que el mundo de hoy ha dejado de percibir la sacralidad en el matrimonio de hombre y mujer. Vale lo mismo que una pareja del mismo sexo. Ya nada tiene la presencia de lo sobrenatural.

Una parte de la Iglesia se ha prestado al juego de organizar el mundo, la cultura, la naturaleza, la solidaridad y los derechos humanos sin la presencia de lo sagrado. En este contexto el matrimonio es algo que se puede organizar según criterios profanos y no según Dios. De esa manera el cristianismo se vuelve un contacto con Dios exclusivamente interior –dice el cardenal Sarah–, sin una traducción concreta en la vida.

Así la vida cristiana se convierte en una gnosis, es decir, en un conocimiento intuitivo y vago de la divinidad, donde todas las realidades humanas son ajenas a Dios. Se termina por no necesitar de la gracia de Dios y por vivir en un ateísmo práctico.

¿Vendrá un cisma en la Iglesia de Alemania? Probablemente. Lo cierto es que si la ruptura con Roma ocurre, las comunidades liberales del Rin habrán optado por una especie de nueva reforma protestante, lo que hará que, seguramente, sus iglesias poco a poco se queden vacías. Está comprobado que a nadie atrae un cristianismo que se amalgama con la mundanidad. ¿Quién quiere sal que no sala?