Sociólogo Omar Jesús Gómez Graterol.- Existen muchas historias y clases de historia, poseemos nuestra historia personal, familiar, comunitaria; tenemos la historia local, regional, nacional; contamos con la historia de las ciencias, de las artes y… pare usted de contar. Todas necesarias para guardar el legado de las acciones, significaciones y contenidos, de las personas así como colectividades que nos precedieron. Asimismo, de los acontecimientos de los cuales formamos parte y/o fuimos protagonistas pero que ya quedan en lo pretérito de nuestras vidas.
Revisar la historia (cualquiera que sea) es un ejercicio que voluntaria o involuntariamente tenemos que realizar en algún momento de nuestra existencia. Este cúmulo de experiencias y conocimientos nos ayudan a tomar decisiones, a definir quiénes somos, a determinar dónde estamos y a dónde vamos. Además, para posicionarnos frente a los otros y a todo lo existente. Por ello, la historicidad se constituye en un recurso necesario e indispensable para nuestra memoria individual, familiar, grupal y nacional.
No es una actividad sencilla porque, como seres humanos, somos conmovidos por los hechos y personajes que examinamos. De manera que al generarnos éstos antipatías o simpatías se dificulta hacer una evaluación objetiva de este material de reflexión y estudio. Lo cierto es que es muy difícil, -casi imposible-, lograr un análisis 100% imparcial del pasado.
Un primer obstáculo es que solemos observar la historia propia y la ajena a partir de lecturas dicotómicas quizás condicionados por algunas teorías sociales. Lo anterior, definiendo a los actores entre “buenos y malos”, “víctimas y victimarios” o “tontos e inteligentes”, entre otras categorizaciones y según sea el caso. De manera que muchos relatos -de lo ya acontecido- tienden a colocar las virtudes y lo positivo en un grupo en detrimento del otro a quien se le atribuye lo malo además de lo negativo. Pero la historia no se reduce a esta percepción tan simplista de las cosas.
Otro escollo es que es un hecho casi incontrovertible que “la historia la escriben los vencedores” de manera que éstos la ajustan a sus intereses para gozar de cierta legitimidad frente a la sociedad y validar sus acciones.
Con ello, acallan las razones o argumentos de los “perdedores” quienes -al igual que los primeros- fueron movidos por intereses, creencias, aspiraciones, valores, códigos, sentimientos y emociones, flaquezas y fortalezas.
Es una práctica a la que tienden diversos actores y agentes pudiéndose destacar los partidos políticos (desde sus posiciones ideológicas), los dictadores, e inclusive los partidarios de la democracia; cuando llegan a ejercer el mando. Incluso acontece que cuando los que detentaron el poder llegan a perderlo los que los remplazan hacen “reinterpretaciones históricas veraces” (que igualmente son parcializadas).
En estas improvisaciones para aproximarnos al pasado vamos perdiendo valiosas lecciones como sociedad. Por ello, y para tener una identidad más fuerte, debemos esforzarnos en buscar los hechos desnudos y tal cual como se produjeron. Visiones románticas de lo ya acaecido solo contribuyen a que forjemos nuestro presente sobre bases erradas que pronto cederán ante la verdad y la realidad.
Los “pueblos que no conocen la historia están condenados a repetirla” es un dicho conocido en el mundo académico. A esta frase añadiría que aquellos que no se esfuerzan por aproximarse a ella correctamente y en la búsqueda de lo veraz, también están destinados a replicarla. Es necesario dar mayor protagonismo a los historiadores y a la historia como ciencia, abordándola como un objeto de estudio científico, de manera que nos permita sacar el máximo provecho del conjunto de acciones y sucesos de nuestro ayer. Conscientes de que, a pesar de que el conocimiento histórico ha dado grandes pasos y refinado sus métodos de aproximación a su objeto de estudio, son muchos los sectores y las fuerzas que se le oponen para develar los hechos tal cual como se dieron.
No es fácil mirar de frente la realidad en la historia pero no es conveniente hacer uso e interpretaciones de ésta a conveniencia. Esto hace daño a la nación y ralentiza el avance como país con proyectos además de planes propios.