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Esa cosa incomprendida llamada “política”

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Esa cosa incomprendida llamada “política”

Sociólogo Omar Jesús Gómez Graterol.- Con mucha frecuencia encontramos personas de casi todas las edades manifestando que la política es lo más sucio que hay, por lo tanto, se niegan a tener nada que los vincule a ella.  Incluso algunas agrupaciones religiosas prohíben a sus miembros involucrarse en este tipo de actividades por considerarlas prácticas mundanas.  En muchos escenarios, una forma elegante de expresar que una persona es hipócrita, falsa, poco fiable o taimada, es denominarla “Política”.  Lo cierto es que este término, en el léxico cotidiano, se ha granjeado una carga negativa que objetivamente analizada no se merece.

Es un concepto que no tiene una definición unívoca pues en los diccionarios normales se le define a partir de actividades gubernamentales, filiaciones parentales, nivel de educación, arte de hacer algo, entre otras acepciones.  En tanto que los más especializados en el tema lo relacionan al manejo del poder y –coincidiendo con los textos anteriores- con iniciativas o acciones impulsadas por grupos pudientes o los Estados.  Sin embargo, su definición sigue estando sujeta a debates por lo que no existe un acuerdo unánime sobre ¿Qué es exactamente?  Aunque hay nociones interesantes que permiten un acercamiento a su significación.

Grandes pensadores de la antigüedad como Aristóteles afirmaban que “el hombre es un animal político”. Con ello hacía referencia al hecho de que el ser humano vive en sociedades organizadas políticamente a diferencia de los animales. De modo que el ser humano existe involucrándose en mayor o menor medida en los asuntos públicos para lograr “felicidad” o “bienestar” de los habitantes de los entornos comunitarios donde se encuentra.

Una actividad que ha sido elemento de reflexión en el pasado y que se ha convertido en objeto de estudio de toda una rama del saber, como “Las Ciencias Políticas”, implica más que una “mala palabra” o “un mal con el cual se debe acostumbrar a vivir”.  Es un fenómeno que ha estado presente en la vida de la humanidad a lo largo de la historia y en todas las sociedades (aunque no en todas se le denominará de la misma manera).  Definir la “política” como algo intrínsecamente bueno o malo no es algo adecuado o razonable.

 Es un recurso necesario para posibilitar la convivencia de la población y darle cierto orden a la misma.  Como cualquier otro medio puede ser utilizado para beneficio particular (personal) o a favor del colectivo, de forma positiva o negativa. Pero, si lo pensamos, un cuchillo es un objeto que puede ser empleado para rebanar un pastel o herir a un ser humano. Sin embargo, el uso que se le dé al instrumento no indica grado de malignidad o benignidad en éste. Los motivos de quienes lo emplean son los que puedan recibir tales categorizaciones más no así la herramienta.  Algo similar sucede en con esta manifestación social.

La política es inherente a todas las personas que conviven en sociedad de manera que es algo de lo que no se pueden enajenar.  Se trata de un conjunto de decisiones o medidas, tomadas por personajes y/o agrupaciones, que repercuten sobre las colectividades donde tienen injerencia dichas disposiciones.  Por lo que en el presente texto relacionamos el término al arte de gobernar mediante el aparato estatal.

 A partir de esta interpretación podemos suponer que todo sujeto debe estar atento a lo que en la materia realicen las autoridades públicas locales, regionales, nacionales e incluso internacionales.  Cualquier curso de acción que tomen estas instancias de dominio terminará afectándolo, tarde o temprano, obrando en su vida de una manera u otra.

La ciudadanía a través del voto, además de las diferentes opciones e instancias participativas que ofrece la constitución y la democracia, tiene maneras de involucrarse e influir en sus gobiernos.  Lo anterior, para procurar la construcción de una mejor nación para todos así como para las generaciones venideras. Este ejercicio requiere hacerse de manera consciente rompiendo con vinculaciones a partidos políticos solo por tradiciones familiares, simpatías infundadas en propuestas ideológicas divorciadas de la realidad, así como fascinaciones irracionales por actores políticos, entre otras carencias a superarse. 

Históricamente la tendencia es que los candidatos mejores o más capacitados para ocupar cargos públicos no son los que se eligen, sino aquellos con mayor habilidad de generar devociones en las masas. Esto hay que revertirlo siendo proactivos políticamente y buscando aquellos individuos con proyectos que realmente ayuden al avance nacional. Para esto, el ciudadano debe participar en Política colocándola en su contexto real.  Es decir, instruyéndose sobre el tema y separándola de esa carga valorativa de desprestigio generalizado en la opinión pública que se le ha atribuido injustamente.

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