Antonio Fernández.- “¡Christus vincit! Christus regnat! ¡Christus imperat!” Voz que hace vibrar la devoción en el corazón del cristiano católico, emerge el sentimiento de alabanza que confiesa y acepta motivado por la fe al reconocimiento de su divina realeza manifestada por el alma noble y generosa.
Es la voz suplicante que nace del amor a Dios Nuestro Señor, es la evocación de agradecimiento a su obra de redención porque cree en su Santísimo Hijo Jesucristo.
Por ello, lo alaba y magnifica hoy y para siempre Rey de Reyes y Señor de Señores, en una sencilla oración del cristiano católico aflora de su interior lo que guarda, vive y siente en lo profundo de su alma al expresar con la fuerza de la fe: “¡Cristo vence! ¡Cristo reina! ¡Cristo impera! ¡Viva Cristo Rey!”
La oración llevada por los vientos se esparce a los cielos glorificando una y otra vez a nuestro Creador, se pasea la esclarecida expresión por las serranías, valles y campos, ciudades, mares y litorales de este México nuestro a pesar de estar infestado por las maldades de pecadores y de tanta aberración moral e incongruencias en todos los órdenes de la vida.
El cristiano católico vive con esperanza la solemnidad de Cristo Rey; Nuestra Santa Madre Iglesia en su sabiduría, nos conduce a hacer propia la primordial perseverancia de la presencia íntima de Cristo Rey al interior del corazón. Así como es necesidad el alimento para conservar la existencia, así también es el sustento espiritual para satisfacer lo que ocupa cada persona.
Por eso es tener cuidado que al hacerlo no se dé paso al exceso, ya no de una necesidad sino salirse de lo normal y de lo lícito, perder la realidad de una necesidad normal a la demasía, luego a la exageración y de ahí a la violencia de poseer más.
¿Y la necesidad del principio? Olvidada. ¿Por qué? Porque la vida promiscua enreda como tela de araña el alma y sus potencias (memoria, entendimiento y voluntad), alejado de Dios, su Creador.
Por propia culpa el pecador mantiene en esa distancia un flagrante engaño que habrá de comprenderse; Cristo Rey en su venida al mundo fue su pasión, crucifixión y muerte el medio por el que las almas ahora sean súbditas del Rey misericordioso y benigno.
A pesar de ver el alejamiento no guarda ningún rencor por ese desprecio, es Dios de bondad en vida del pecador y justicia en la otra vida, en vida quiere oír el arrepentimiento del pecador.
Dios es benévolo, da incesantes medios a todos los súbditos a pesar de los males sacrílegos contra su divinidad obra y perdonará, aunque la rebeldía por estas palabras encienda la ira de no querer recibir su misericordia la paciencia ilimitada espera el arrepentimiento o por el rechazo verá a esa alma condenarse.
El perdón al arrepentido está en seguir los pasos de Cristo Rey, porque su misericordia latente levantará el alma a la bienaventuranza eterna, el deseo de nuestro Salvador. ¿Y el del pecador?
El Papa Pío XI atendiendo a la necesidad de salvación y a la pérdida de la espiritualidad instituyó para todos los tiempos el bien de las almas el 11 de diciembre de 1925 para que se celebre anualmente el último domingo de octubre la Fiesta de Cristo Rey, que se ha cumplido a través de 95 años estando por gracia de Dios casi a un siglo del momento que lo dispuso en Carta Encíclica “Quas Primas”.

La Iglesia Católica cumple la celebración que no solo es importante y trascendente sino necesaria para manifestar con ella el cristianismo católico con gozo este día unido en un deber de voluntades y un solo corazón admitir, aceptar y acatar la disposición pontificia al reconocimiento de quien es Nuestro Rey de la Gloria.
Porque es y será para siempre digno de alabanza, de nuestra parte agradeciendo y ratificando la divinidad de Jesús al proclamar la Realeza de Cristo como Rey que nos ha dado el cielo, quedando comprendido el valor de salvación cuando dijo: “Mi reino no es de este mundo”.
Palabras que perpetúan la verdad de que su reino no es del mundo, es de los cielos, de la eternidad, por lo tanto no vino a quitar, desaparecer o imponer dominio temporal en los reinos mortales Él que da el reino celestial. Creador de cielos, tierra y el universo, la realeza de nuestro Redentor es de fe, de creer y está al alcance de todos los seres humanos.
Afirma el Papa León XIII: “El imperio de Cristo se extiende no solo sobre los pueblos católicos y sobre aquellos que habiendo recibido el bautismo pertenecen de derecho a la Iglesia, aunque el error los tenga extraviados o el cisma los separe de la caridad, sino que comprende también a cuantos no participan de la fe cristiana, (católica) de suerte que bajo la potestad de Jesús se halla todo el género humano”,
La Realeza de Cristo Rey incluye todas las almas sin excepción, los que habiendo estado a su lado se han alejado, al pecador recalcitrante que cerrando el corazón a su Rey y Señor nuestro, no da señalamientos de su separación, es recomendable atender la palabra del Pontífice: “Bajo la potestad de Jesús se halla todo el género humano”.
Gracia para el súbdito que se goza, lamentable para el que niega ser súbdito de Cristo Rey y no ha tenido la gracia de comprenderlo.
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