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El odio al capitalismo o un sentimiento antiimperialista ¿son suficientes para legitimar y respaldar gobiernos, además de presidentes?

Soc. Omar Jesús Gómez Graterol.- En su afán, o ansias, por buscar opciones administrativas estatales más justas y equitativas, muchas personas, intelectuales sobresalientes, medios de comunicación, diversas instituciones y mandatarios cometen el equívoco de asumir que todos aquellos gobernantes que se dicen antagónicos al sistema capitalista o a la nación estadounidense, automáticamente se convierten en la mejor alternativa de independencia o gerencia para cualquier país.

Estas “condiciones” pareciesen ser cualidades que mecánicamente garantizan gestiones gubernamentales positivas a los diferentes Estados que adoptan dichas posturas. Como consecuencia, se evidencian elogios a personajes, y secuaces de éstos, cuyos regímenes dejan bastante que desear en la actualidad.

Con la afirmación anterior, no se trata de dar la sensación de que el capitalismo es la respuesta a los problemas de la humanidad, que dentro de este forzosamente deben moverse los destinos de la población mundial o que la sociedad norteamericana es el modelo perfecto a seguirse con el propósito de lograr un bienestar general.

En efecto, estos paradigmas adolecen de contradicciones, defectos e injusticias en su manera de funcionar que ya sobradamente se han denunciado por grandes pensadores del pasado y del presente. Lo que se intenta aquí es advertir sobre una situación que se acepta casi como una derivación lógica, careciendo de fundamento real y racional.

Desde finales del siglo XX y comienzos del XXI han aparecido líderes con propuestas de transformación e incluso de revolución. Algunos de estos planes han tenido éxitos, mientras que el resto no han sido más que mediocres chapucerías, aderezadas con incoherencias, cuyos objetivos y metas no han alcanzado más resultados que constituirse en pan y circo para sus ciudadanos, así como para la apreciación pública internacional.

Resaltan los que hablan de la autodeterminación de su pueblo y la liberación del yugo imperialista, pero lo que en verdad han hecho es cambiar un amo por otro u otros. Pregonan la supresión de clases cuando lo que han suscitado es la creación de nuevas categorías jerárquicas que cosméticamente toman formas distintas a las precedentes, no obstante, siguen gozando de privilegios manteniendo las desigualdades sociales que tanto manifiestan odiar.

Asimismo, se caracterizan por su deficiencia en materia de salud, educación, seguridad o disminución de la violencia; pero muestran efectividad, eficacia y eficiencia para promover la imagen de víctima, al interior y exterior de sus fronteras, creando matrices de opinión donde sus constantes reveses están vinculados a factores exógenos (como sanciones foráneas) y no a la ineptitud con la cual manejan sus recursos.

Ni mencionar a los que ofrecen calidad de vida, en el largo plazo, destacando que los logros no se verán ahora, sino en el futuro, siendo el legado para los nietos de quienes se plieguen a sus procesos de refundación nacional.

La figura del David enfrentándose a Goliat es redituable, seductora y a ella apelan numerosos dirigentes al observar que sus políticas no arrojan más que indicadores negativos.  Pese a ello, no es correcto aseverar que las causas de las fallas de los proyectos patrióticos adelantados por dichos “mesías” se puedan imputar exclusivamente al llamado “Imperio”, a los aliados de éste o las múltiples estrategias que aplica cuando quiere concretar sus aspiraciones. 

Ciertas iniciativas simplemente son inviables y se construyen basándose en la interpretación que los gobernadores y sus partidos hacen de la realidad, conservándolas luego con tozudez, sin admitir enmiendas o sin siquiera escuchar a la gente que declaran “representar”. Traslucen abusos de poder, tentativas de perpetuación en el mando, emulación de las monarquías y uso de los civiles como propiedad del Estado y no como seres humanos con derechos y deberes. Casos como Venezuela, Nicaragua y Cuba, entre varios, merecen ser analizados bajo esta perspectiva.

Es necesario estar alertas ante autoridades que suelen denostar del capitalismo y el dominio extranjero, pero son incapaces de responsabilizarse de sus errores atribuyendo, recurrentemente, la totalidad de los mismos a los demás. Esta actitud solo demuestra incompetencia al sortear los desafíos que implica gobernar y la falta de talento, así como preparación, para ocupar los cargos que le han confiado sus electores.

Por otro lado, cualquier ensayo u ocurrencia no puede considerarse una solución, hay muchos ejemplos pretéritos y recientes que si se revisaran contribuirían a minimizar yerros al presidir la patria. Hay que ir más allá de los actores carismáticos y sus recetas mágicas. Quienes sufren, no son los artífices de los adefesios, sino la ciudadanía que resiente estas acciones.