Alejandro Cortés González-Báez.- ¡Cuántas cosas caben en estas cinco letras: “Yo… mis”! Aquí hay información genética exclusiva, irrepetible; hay ideas propias, se pueden descubrir ilusiones, afanes, éxitos, fracasos, alegrías y llantos, hay frustraciones, desencantos, decepciones, amores, envidias, egoísmo y generosidad, sinceridad y mentiras…, miedos, pánicos; limitaciones y capacidades, sueños y cobardías, enfermedades, y buena salud en temporadas irregulares.
¡Mucha historia que nunca será escrita…, ni contada! ¡Recuerdos! que se irán a la tumba con su propia y única persona! Buenos sentimientos mezclados con rencores y odios. Heroísmos discretos y, a veces, estrepitosos. Conocidos, compañeros, colegas, amigos y enemigos; noviazgos, amores platónicos y algunos auténticos; dolor y dicha; reconocimientos e injusticias de cada uno a los demás y viceversa.
Experiencias imborrables e ilusiones jamás cumplidas. Risas y llantos. Burlas, juicios negativos y admiraciones a quienes triunfan y se ven felices. Dolor, experiencias que avergüenzan y otras que enorgullecen. Orgullo —muchas veces herido— y vanidad. Conformismo y osadías llenas de inmadurez. Leales y traidores. Prudentes e imprudentes. Amables y “odiositos”. Conocedores e ignorantes. Lealtades y traiciones. Con hambre, sed, náuseas, mareos, dolores y motivos de gozo. Temporadas curtidas de soledad. Agradecimientos y olvidos.
Y a todo esto le sumamos mis cosas: Mi casa, mi auto, mi trabajo, mi chamarra, mis anteojos, mis calcetines, mi bufanda, mis llaves, mi credencial del INE, mi licencia de manejar, mis tarjetas de crédito y débito, mis zapatos, mis tenis, mi ropa deportiva, mis medicinas, mi gorro para dormir, mi cama, mi almohada, mis hobbies, mi baño, mi pasta y mi cepillo de dientes, mi computadora, ¡mi celular!, mi tablet, mi pluma, mi silla, mi escritorio, mis citas con el dentista, mis ejercicios en el GYM, mis tazas de café, mi pan dulce preferido, mi cubrebocas, mi planes para las vacaciones, mi gasolina para mi coche, mis fotos y canciones en la PC, mi dolor del cuello y de cintura, mis cólicos y jaquecas, mi portafolio, mis menjurjes… y fácilmente nos olvidamos que todo esto no va a caber en el ataúd que usen para enterrarnos y, menos aún, en la cajita donde pongan nuestras cenizas.
Todo ello —y más— nos permite descubrir que nuestra realidad es impresionantemente compleja, y que corremos el peligro de sufrir con solo pensar que nos falte algo de aquello en lo que solemos depositar nuestra seguridad, nuestra paz, nuestro buen humor y, por consecuencia, la paz de aquellos con quienes convivimos. Con razón Ortega y Gasset nos dejó aquel: “Yo soy yo y mis circunstancias”.
Somos, no solo un lienzo pintado por varios autores: Padres, hermanos, abuelos, maestros, amigos, y por supuesto, nosotros mismos; sino que somos un cuadro que se sigue pintando cada día, hasta que termine nuestro paso por este húmedo y pequeño planeta perdido en la Vía Láctea. No somos nada, pero contradictoriamente valemos más que todo el oro del mundo.
Por todo ello, y por mucho más, es que cada uno de nosotros somos irrepetibles. Solo tenemos una vida y el objetivo de ella es llegar al Cielo, y si perdemos de vista esto, la totalidad de lo aquí mencionado perdería su sentido. Hay quienes solo admiten el respeto y amor a la Naturaleza, pero se olvidan del Autor de la Naturaleza.
Que tengan un buen día.