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Unidad en tiempo de cisma

Padre Eduardo Hayen.- La Iglesia Católica está empezando a atravesar por una de esas serias tempestades que ponen en peligro la barca en la que navegamos todos. Desde tiempos de Juan Pablo II, cuando yo estudiaba la teología en Roma, ya se escuchaba que los obispos de Alemania presionaban al Papa para cambiar ciertas posturas pastorales sobre los divorciados vueltos a casar para que se les admitiera a recibir la Comunión eucarística.

También había presión para abrir el sacerdocio ministerial a las mujeres. Las respuestas de san Juan Pablo II fueron contundentes y claras: había que respetar las enseñanzas de la Iglesia apegadas a la Escritura, Tradición y Magisterio.

La presión se fue intensificando con el pontificado de Benedicto XVI, pero fue durante el gobierno de Francisco cuando llegó a niveles inauditos. Los germánicos organizaron el sínodo de la Iglesia de Alemania para tomar un camino diverso al del resto de la Iglesia universal y ejercer más presión a la autoridad de Roma. El sínodo ha concluido: ya no solamente darán la admisión a los divorciados vueltos a casar sino también ofrecerán la Comunión a los protestantes casados con católicos. Bajo el influjo de la ideología de género han empezado a bendecir a parejas del mismo sexo y a renovar toda la moral sexual de la Iglesia aceptando las prácticas homosexuales.

También han establecido que las mujeres podrán recibir las órdenes sagradas, incluso mujeres disfrazadas de hombres para ser ordenadas sacerdotisas u obispesas. Otra de sus modificaciones lo harán en el gobierno de la Iglesia. Será nombrado un consejo sinodal de laicos con autoridad por encima de los obispos, modelo que deberá replicarse en cada diócesis y en cada parroquia, donde las homilías también podrán ser predicadas por laicos.

Estamos ante un doloroso cisma de hecho, aunque no proclamado como oficial. Las conclusiones del sínodo de Alemania pisotean el Catecismo de la Iglesia, echan por la borda toda la antropología cristiana, despedazan la teología de los sacramentos, la eclesiología y normalizan el pecado. No se diga la cristología: despojan a Jesucristo de su divinidad y lo reducen sólo a un hombre cuya palabra no es verdadera ni perenne; a una persona que ya no sana ni salva, y que hubiera sido lo mismo que se hubiera encarnado en una mujer o hubiera sido travesti.

La Iglesia Católica es depositaria de una doctrina enseñada por Jesucristo para la salvación de los hombres. Se llama “Depósito de la fe”. La Iglesia tiene la función de defender la integridad de este depósito que es indefectible –no tiene errores– porque así lo prometió el Señor: “Vayan a hacer discípulos míos a todas las naciones… y enséñeles a cumplir cuanto yo les he mandado, y sepan que yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).

Estas enseñanzas se proponen libremente, pero la Iglesia tiene el derecho de señalar cuál es la doctrina a la que deben adherirse los que quieran ser católicos, y la ha definido claramente en el Catecismo promulgado por san Juan Pablo II en 1992.

El Código de Derecho Canónico define así la herejía, el cisma y la apostasía: “Se llama herejía la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma; apostasía es el rechazo total de la fe cristiana; cisma, el rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión con los miembros de la Iglesia a él sometidos”. (Canon 751).

Si bien es cierto que a los alemanes rebeldes no podemos llamarlos apóstatas porque no rechazan la totalidad de la fe, claramente el Sínodo de Alemania, según el canon, ha caído en herejía: ellos niegan verdades que creemos los católicos, pero también mantienen dudas insistentes sobre esas verdades, como tantas veces lo han manifestado. De la misma manera podemos llamarlos cismáticos porque han reiterado, en algunas ocasiones, que ellos no obedecerán a Roma y continuarán bendiciendo parejas de homosexuales. De esa manera han roto la comunión con toda la Iglesia.

El Papa Francisco reiteradamente ha dejado clara su postura frente a la herejía alemana: ha enviado a sus representantes, los cardenales Ladaria, Ouellet y Parolin –las más altas autoridades vaticanas después del Papa– para corregir a los obispos, pero éstos no han hecho caso. El mismo nuncio del Vaticano en Alemania, Nikola Eterovic, ha dejado claro ante el sínodo alemán que están prohibidos los consejos sinodales para gobernar la Iglesia y que la ordenación sacerdotal de mujeres es una puerta cerrada.

El canon 1364 dice lo siguiente: El apóstata de la fe, el hereje o el cismático incurren en excomunión latae sententiae, es decir, excomunión inmediata. Para los que somos católicos y queremos vivir bajo las enseñanzas de la tradición de la Iglesia, es claro que esos obispos, sacerdotes y laicos del herético sínodo han caído en excomunión, aunque sobre ello no haya un pronunciamiento oficial de la autoridad vaticana.

Más que nunca oremos por el Papa Francisco y por la unidad de la Iglesia. La herejía y el cisma del sínodo alemán amenazan con extenderse por otras partes del mundo, a menos que se ponga un remedio que aclare la confusión. No se puede dejar desprotegida la fe de los sencillos. Dejar que se extienda la herejía pone en peligro la salvación de muchas almas. Mantengámonos unidos al Papa para que no le tiemble la mano y sujete bien el timón de la barca de Pedro. El Espíritu Santo lo asista y nos guarde en comunión con el obispo de Roma, unidos la fe perenne de la Iglesia.