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Una memoria social sin recuerdo

Dr. Arturo Castro.- La sociedad está conformada por personas que habitan una determinada región compartida, que tienen reglas y leyes para una sana convivencia que la lleve a los mejores estadios de bienestar y de desarrollo colectivo.

Su historia se escribe todos los días, todo el tiempo marcando y resaltando los logros y alcances en su aspiración por conseguir mayores facilidades en todos los sentidos, van de la alimentación a la tecnología que le provoca esperanza y desesperación.

También se escribe la historia de cada quien que como integrantes de la sociedad, tienen su propia vida, en ocasiones aislada en base a los intereses que le agradan o le afectan.

En la sociedad, uno por uno se reúne a todos, promoviendo acciones conjuntas que van del pensamiento al hecho y en las cuales no siempre se decide lo mejor por la provocación que realizan los antivalores de manera común.

Los valores van quedando rezagados por lo que transpira el entorno público en donde las relaciones personales se distraen provocando envidia y traición, las noticias enaltecen la violencia y las redes sociales la burla y el desentono.

Personalmente se desea una gran vida que se contamina por el abuso de aquellos que solo observan lo negativo como producto que alimenta a una sociedad enferma, van dispersando la cultura de la violencia y de la distracción que se asume como verdadero, destacando así la percepción de toda una normalidad.

El crimen, la ofensa y la mentira ocupan los grandes lugares en la memoria social que se borra permanentemente para asumir solo un presente que le roba la atención y tal vez un poco del futuro en el que nadie piensa.

La historia justifica lo que hoy se tiene, una construcción social cimentada en el horror de guerras y cultos de sangre que aún persisten, en la mentira vecinal y política aunadas a la promesa de provocación de mejores condiciones de vida que van de tapar un bache a la construcción de un tren maya.

Un bache que provoca caídas y un Tren Maya con influencia regional que no alcanza a competir como satisfactor nacional, entonces la sociedad observa sin consentir desahogando el conocimiento ante una bodega mental que prefiere estar vacía.

Memoria vacía porque está llena de tensiones y distractores que no la dejan ver los problemas prioritarios para su resolución, la venta de pecados humanos no tiene costo para asimilarlos, la mentira política tiene su parte en la función de destacar un ahorro público por sobre la inflación de costos de vida.

La memoria social realmente no intenta evadir un pasado que proyectó las formas de vivir el presente; sin embargo, el ámbito político en su reniego magistral embrutece el pensamiento haciéndole creer que lo anterior fue malo, sin pensar que mañana también tendrá un pasado.

Sociedad enferma escribía y describía Manuel Buendía en su columna política setentera del periódico Excélsior, cuando aún no se reconocía verdaderamente la maldad futura llena del arbitrio que deja el interés del juego de la mente a través de influenciarla y trastornarla.

Hoy el pensamiento se centra en la desgracia haciendo a un lado el positivismo de la vida plena, se miente y se desmiente, mintiendo otra vez, la sociedad entonces observa con normalidad la vida loca que le toca vivir.

La costumbre se hace ley cuando se repite sin cesar, cuando el gobierno actual dice que es el mejor de todos los tiempos, encumbrando al llamado pueblo a dar testimonio de tal tiempo; no piensa que ayer y anteayer fue igual, que el presente importa por sobre todo y todos ante un futuro incierto como siempre.

La memoria suele reflexionar al momento del recuerdo que realmente intenta borrar creyendo que lo actual es lo que vale, los libros existen para descifrar lo que fuimos en la realidad y en la fantasía, la historia no los cuenta, pero sí alimenta el conocimiento que atraviesa las fronteras de la percepción.

La sociedad busca la felicidad en consideración a la tranquilidad de una vida generosa que contemple lo básico necesario para encontrar el amor y el cariño de sus semejantes, partiendo de la solidaridad que comparte la alegría de cada amanecer.

La sensibilidad social no escapa a la memoria que recuerda el ayer, pero prefiere olvidar para resolver el presente transitando por una cotidianeidad que se vuelve repetitiva a la vez de rápida por aquello de acostarse y levantarse casi al mismo tiempo.

Una memoria social sin recuerdo se siente en los alrededores dejando en la balanza la ingratitud de ver la vida como un despegue sin aterrizaje.

Compartir las formas de pensar puede ser la solución de llegar a esa identidad que todos tienen pero pocos saben. La cultura magnifica el pensamiento y la solución ante el apremio de una buena decisión. Bien por una transformación de tantas, que no tiene numero, pero sí significado.