Dr. Fernando A. Herrera M.- En la sierrita de chihuas tengo un jacalito hermoso, de esos de ensueño para soltar el estrés por las exhaustivas e implacables sesiones de trabajo en el Senado.
En Juaritos solo son dos casitas; en la capital otras dos muy modestas, el terreno que me cedió amablemente una viejecita despistada de Juárez, que no la vio venir, y un terreno que un compadre que me tenía lástima y se atrevió con su empatía a cederlo para evitar el embargo de mi pobre casa y que no le he regresado porque, pues él tiene demasiado y yo no.
¡Ah!, sin duda la vida de la cosa pública es para pocos y bien entendidos. Tomar decisiones difíciles y hacer lo que mejor se pueda. ¡Claro!, siguiendo la máxima de hacer patria con patrimonio sin perder el paso.
Al final, sé que a nadie haré feliz, porque a la gente no le puedes dar gusto, así que lo menos que puedo y debo hacer, es dármelo yo.
¡Qué bueno que pude engañar a Bety y a AMLO para estar bien aquí en el Senado!
¡Ah! Y con los dolidos, esos que no han podido digerir decisiones que tomé por mi bien, que se aguanten, no saben de política, son pimpollos.
Y la última para irnos: En un pueblito mágico de Morelos construimos una nadería, una cabañita en apenas poco más de media hectárea para nadar, jugar tenis, beber algo para el estrés citadino y descansar, la mala onda es que los de la envidia la acaban de ver, la están sacando en medios y eso estresa. Pero qué flojera, ya sabes, nadie perdona el éxito.
Javier Corral el soñador…
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