Compartiendo diálogos conmigo mismo
Guardaos de toda clase de codicia, el origen de todos los males: No te afanes ni te desveles por aumentar tus bienes, que la vida no depende de lo que se posee, sino de lo que se parte y reparte entre análogos.
La confianza está en el Señor, no en la necedad humana de la riqueza, que todo lo comercializa para sí mismo, en lugar de reconocer nuestras miserias, confesando precisamente la debilidad y la pobreza ante Dios.

I.- Ricos en convicción: curar el humano ser que soy
Miremos a Jesús, observémosle,
sigamos sus huellas cada aurora,
pongamos el alma en sus bienes,
y el corazón en su benevolencia,
que todo en la tierra se entierra.
Así, cuando se manifieste Cristo,
la vida en cada uno de nosotros;
entonces hallaremos el camino,
veremos la luz de nuestro Señor,
y todos nos abriremos gloriosos.
Nuestros pasos son los del amor,
el camino de la entrega perenne,
que no está en dar sino en darse,
que es lo que nos llena de vigor,
para volver al Padre con su Hijo.

II.- Ricos en gracia: sanar el mundo que vivo
La gracia de la filiación divina,
vive en nosotros y nos hermana,
como consanguíneos en familia,
que buscan y rebuscan el ardor,
la energía mística de la acogida.
Percibirse y advertirse de Dios,
es reflejar su rostro en nosotros.
No hay más guardia, que aquel
que aguarda acogerse y hallarse,
para sentirse fuerte y cambiado.
Redimidos por la misma piedad,
con esa libertad que nos emerge,
de sabernos amados y queridos,
llevemos al mundo esa quietud,
la gloria del Resucitado en paz.

III.- Ricos en esperanza: librar la certeza que deseo
Ser ricos en anhelos nos ensalza,
nos enaltece nuestro mar interno,
nos hace discernir y nos renueva,
pues lo vital no está en el poseer,
¿acaso el tener nos torna eternos?
La ilusión no está en el bienestar,
en el ansia del caudal monetario,
en la apuesta por el consumismo,
pues lo válido no está en el gozar,
¿acaso el vicio nos llena o vacía?
No cuestiones, sólo ten consuelo,
que no hay mejor soplo que la fe,
resguardada en la cruz redentora,
sostenida por la roca de la virtud,
y apoyada en el sol de la verdad.

Autor: Víctor Corcoba Herrero