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Seis años en el poder político

Dr. Arturo Castro.- En 1934 Lázaro Cárdenas del Río se convirtió en el primer presidente de México para un periodo de seis años de ejercicio gubernamental, antes diversos personajes gobernaron periodos inciertos que van de meses a cinco años.

Así se escribe la historia que inició el México independiente con José Miguel Fernández y Félix, mejor conocido como Guadalupe Victoria, quien gobernó por cinco años, de Benito Juárez con 14 años en el poder y los reconocidos treinta años de Porfirio Díaz.

Es el relato de los hombres que han gobernado este gran país, algunos que se han ido y regresado porque quieren más, hay quienes han provocado escepticismo u optimismo en la sociedad, los hay en definición traidores y héroes de la patria.

Qué interesante recorrido acerca de las acciones y testimonios de los hombres del poder, la mujer aún no llega a este nivel pero pronto seguramente lo hará. La cuestión es porque se habla de ellos como si fueran seres superiores y carentes de fe en lo que hacen.

Esta interrogante conduce a la vez a otras muchas preguntas concurrentes, cuando lo que se hace es dirigir un país de régimen democrático de corte capitalista, todo un sistema político difícil de cambiar en un tiempo sexenal.

De ahí que transformar un país en seis años de gobierno se antoja un tanto cuanto difícil, tal vez los cimientos pudiesen ejercer alguna influencia de cambio en un futuro cercano; por ello la promesa política es solo eso, la esperanza de un mayor bienestar social acompañado del ya exitoso modelo empresarial nacional y extranjero.

La política y el gobierno no tienen límites ni reglas normales de tareas en el tiempo y el espacio. México a pesar de su grandeza es el sitio en el que se sigue deseando la aparición de un milagro, aquel milagro mexicano de los años ochenta.

Nuestra historia es verdadera aunque contada en diferentes ópticas. Nos habla de un presidente Benito Juárez intocable a pesar de sus catorce años en el poder; de un traidor Porfirio Díaz u otro llamado Carlos Salinas de Gortari, de un héroe ocasional que expropió el petróleo sin pensar hacerlo.

La presión social lo llevó a tomar la decisión de tocar los nervios sensibles de la inversión extranjera que manejaba el petróleo en México, por eso fue muy sensible el momento en que aquel campesino llevaba a donar una gallina para pagar la indemnización a las siete compañías estadounidenses.

La sociedad mexicana constantemente renueva su fe y su esperanza, esperando no la caridad sino la claridad del gobierno en turno. Decía que la historia es polémica porque la cuentan los vencedores y es oficial cuando la cuenta el gobierno, véanse las lecturas históricas que ofrece la Secretaría de Gobernación.

La idea no es poner en tela de juicio la historia sino motivar una reflexión hacia ella misma, en educación básica se aprecia una formación cívica que puede quedar para siempre si no se llega a niveles educativos superiores.

La interpretación de la historia no importa, pero sí sus consecuencias porque influyen en la mentalidad de las personas convertidas en ciudadanos con el poder de exigir y de elegir un nuevo gobierno, entonces nace el voto razonado convertido en un juicio que castiga.

Hablar de Díaz y Salinas es evocar el concepto de traición, invocar a Juárez y Cárdenas es hablar de buenos gobiernos, hablar de partidos políticos es hablar de corrupción. Mencionar a Zedillo o a Fox es cooptar la ineptitud para hacer políticas públicas eficientes.

Hablar de Ruiz Cortines o De la Madrid es hablar de sexenios que pasaron sin molestar ni ser molestados, recordar a Calderón es iniciar la violencia en un contexto social. Sobre López Obrador se dice casi todo lo anterior.

Los seis años del gobierno actual, va en su segundo año; la travesía aún es temprana en lo que respecta a la hechura de políticas públicas para una gobernanza eficiente, no se ven resultados deslumbrantes; sin embargo, tiene un diez a la promesa política, al discurso mañanero, a la opacidad del gabinete que deja al presidente de México el único lugar para el reconocimiento público.

Si se es joven o viejo servidor público no es lo importante, de cualquier forma el espectáculo visual en televisión es aburrido y recurrente, esto no es gratuito, le cuesta al erario federal algunos miles o millones de pesos. Nada que ver con corrupción la compra de imagen pública.

Seguramente pasará a la historia como uno más, aquel que rechazó proteger su seguridad personal, que enalteció al ejército dándole atributos que no le corresponden, como el que negoció regalar dinero a cambio de aprecio público.

Un aprecio público que nunca llega ante la frustración social de observar un cambio para permanecer igual, es nuevamente el largo camino de la inequidad y de la injusticia social.