Padre Eduardo Hayen.- En las últimas décadas diversos grupos y personas en la Iglesia hacen oración para limpiar de pecados su árbol genealógico. Esta práctica es llamada “sanación intergeneracional”. Incluso, hay sacerdotes que la promueven haciendo misas con ese propósito. Es un grave error. Algunas conferencias episcopales como la de Francia y de Polonia, y ahora la española, se han pronunciado en contra de esta falsa doctrina y pésima práctica.
Conocida también como la “sanación del árbol genealógico”, la sanación intergeneracional tuvo su origen en los escritos del misionero y terapeuta anglicano Kenneth McAll, quien trató de hacer una conexión entre ciertas enfermedades y las fuerzas del mal. En ámbito católico fueron John Hampsch y Robert DeGrandis quienes popularizaron la práctica en grupos carismáticos.
Según estos autores, existen pecados no perdonados, cometidos por los antepasados de una persona, que hoy tienen efectos perniciosos en sus descendientes y que se manifiestan a través de enfermedades físicas y psíquicas. Detectando esos pecados de los ancestros, habría que orar durante cierto tiempo para que fueran perdonados y así se limpiara el árbol familiar. A través de oraciones, exorcismos y la celebración de la Eucaristía, Dios rompería el vínculo entre la persona y el pecado de sus antepasados para alcanzar la curación de los males.
La sanación del árbol genealógico o intergeneracional es una práctica sincretista, esto quiere decir que es una mezcla de doctrina católica con elementos tomados de otras religiones. Del movimiento “Nueva era” se incorpora la creencia de que las acciones de una persona tendrán repercusión en sus vidas futuras o reencarnaciones (karma). Del judaísmo toma la relación que se hace entre el pecado cometido y el castigo generacional, superado en Ez 18, 17-18; Jer 31, 29-30.
Creer que los pecados no perdonados de familiares del pasado son causa de nuestras enfermedades quebranta la doctrina católica del purgatorio, la cual enseña que una persona que muere en estado de pecado venial pasa por un estado de purificación de sus culpas antes de entrar en el Cielo. Según la sanación intergeneracional, las nuevas generaciones estarían conectadas, de alguna manera, con el purgatorio de sus parientes difuntos.
Si el pecado del deudo hubiese sido mortal y quedó sin perdonar, hoy la persona estaría sufriendo en vida un poco las penas del infierno de su pariente condenado. Ello también contradice la doctrina católica de la Comunión de los Santos, en la que todos los miembros de Cristo estamos unidos espiritualmente para el bien de todos, nunca para el mal.
La antropología cristiana enseña que cada ser humano está dotado de libertad personal y que cada pecado que se comete libremente es responsabilidad exclusiva de la persona y no puede transmitirse. “El pecado en su verdadero y propio sentido es siempre un acto de una persona específica, porque es un acto de libertad de un individuo, y no un acto de un grupo o comunidad” (Reconciliación y penitencia, 16). El único pecado que se transmite de generación en generación es el pecado original, del cual se habla de manera análoga y no se trata de una culpa personal.
Además, el efecto del Bautismo es la limpieza total del pecado original y, en el caso de quienes tienen uso de su libertad, también de los pecados personales pasados. ¿Cómo Cristo purificaría a una persona por el Bautismo y, al mismo tiempo, le dejaría una especie de maldición intergeneracional sufriendo castigo por pecados que no cometió? Esto contradice la doctrina de la gracia.
Lo que ciertamente puede afectar las relaciones familiares o el árbol genealógico son los malos ejemplos y costumbres viciosas que existen dentro de las familias. Suele suceder que, si el abuelo fue alcohólico, es muy probable que al padre, al hijo, al nieto y al bisnieto también les guste el trago. El alcoholismo familiar no sería un castigo por el pecado del abuelo, sino una mala conducta que se arrastra en la familia por imitación de un pésimo ejemplo.
No cometamos el error de creer en la sanación intergeneracional ni perdamos el tiempo estudiando nuestro árbol genealógico para detectar, en sus pecados, la causa de nuestras dolencias como si fueran un castigo. Mucho menos participemos en misas llamadas de “sanación intergeneracional”, ni siquiera en misas llamadas “de sanación” o “de liberación” porque eso desnaturaliza gravemente la celebración de la Eucaristía; así lo enseña la “Instrucción sobre las oraciones para obtener de Dios la curación”, publicada por Doctrina de la Fe en 2000.
Ofrecer misas y oraciones por los muertos o por los enfermos es la manera en que la Iglesia contribuye para que la misericordia de Dios se manifieste a todos, vivos y difuntos.