Candelario González.- En el olvido quedó el concepto y la práctica de la política que en la actualidad se interpreta y se practica en el terreno de la ambición irracional por alcanzar el poder para poder, para así obtener satisfactores a los programas individuales y de grupo la clase política partidista.
Es esa su politizada costumbre que convirtió la política en un arrabal de simulaciones y bajas pasiones que dio paso a la intriga, a los rumores y a los arreglos mezquinos entre individuos y grupos.
La política bajo este nombre se ha entendido durante siglos como la doctrina del derecho y de la moral, la teoría del estado, el arte de la ciencia de gobernar y el estudio de los comportamientos intersugestivos.
El primer concepto es expuesto en la ética de Aristóteles, la investigación en torno a lo que debe ser el bien y el bien supremo parece pertenecer a la más importante, dice Aristóteles.
Y esta parece ser la política, está en efecto determinar las ciencias necesarias en las ciudades y hasta qué punto cada ciudadano debe aprender hobbies. Decía, por ejemplo, que de la política y la ética, de lo justo y de lo inicuo, se puede juzgar. Que lo justo y lo equitativo sean las causas de la justicia, pero que las leyes y las convenciones han sido un hecho de gobernar por gobernar.
En este concepto tan aristotélico, nosotros mismos nos damos cuenta de la seria desviación en la interpretación y práctica de la política, lo que genera el hartazgo de la ciudadanía.
Sin embargo, el pueblo ha despertado y ya no se le engaña tan fácilmente, porque ya distingue la diferencia entre la grilla y la política, las prácticas y costumbres que sustentan los políticos en sus círculos no convence a la sociedad que está en contra de la demagogia y los engaños pueriles.
¿Es política la pobreza? ¿Es política la desigualdad que campea a lo largo y ancho del territorio nacional? ¡Claro que no!