Raúl Ruiz.- En alguna ocasión, escribí sobre la muerte de las ideologías. Y con esa categoría, dimos por inaugurado el festival de los chapulines.
La expresión “la muerte de las ideologías” no alude a una desaparición literal, sino a una transformación profunda en cómo las sociedades se relacionan con los sistemas de ideas que antes estructuraban la política, la cultura y la identidad colectiva. Antes de llegar al tema central de esta columna, desmenuzaré el concepto para mayor claridad.
¿Qué significa “la muerte de las ideologías”? Desarticulación de grandes relatos. Se refiere al debilitamiento de ideologías como el marxismo, el liberalismo clásico o el nacionalismo, que antes ofrecían marcos totalizantes para entender el mundo y actuar en él.
Triunfo del pragmatismo
En lugar de proyectos políticos basados en ideas, se impone una lógica de gestión, marketing y resultados inmediatos. La política se convierte en administración sin horizonte ético.
Obviamente el término la muerte de las ideologías, no es mío. Yo he tejido mis conjeturas a partir del libro de Gustave Thibon, en su libro del mismo nombre, en una edición de 1981. Y cosa curiosa, fue hasta el inicio del siglo cuando prácticamente comienza a darse el chapulineo.
¿Por qué se proclama su muerte?
Fin de la Guerra Fría: La caída del bloque soviético y el triunfo del capitalismo global dieron lugar a la idea de que no había alternativas ideológicas viables, como lo planteó Francis Fukuyama en “El fin de la Historia”.
Crisis de representación: Los partidos tradicionales pierden legitimidad y emergen movimientos que apelan más a la indignación que a propuestas ideológicas estructuradas.
Tecnocracia y mercado: La lógica del mercado global y la tecnocracia reemplazan el debate ideológico por decisiones “eficientes”, despolitizando la vida pública.
¿Es realmente posible un mundo sin ideologías?
No del todo. Como señala Paulo Freire, incluso la negación de la ideología es una postura ideológica. Todo discurso que interpreta la realidad y propone una acción está impregnado de ideología, aunque lo niegue.
Ideología latente. El discurso del “fin de las ideologías” puede ser una estrategia para imponer una ideología dominante sin que se perciba como tal —una ideología del mercado, del orden, o del miedo—. Sin embargo, estas conversaciones aún no están al alcance de los dirigentes políticos del momento.
La “muerte” de las ideologías puede ser vista como una forma de neutralización simbólica, donde el poder dominante desactiva el potencial transformador de los discursos colectivos.
Bueno, hasta aquí el rollo académico.
Seguramente usted que llegó hasta este punto de la lectura, se preguntará… ¿Y?
Viene a cuentas, porque ante la imparable fuerza de Morena para los siguientes comicios del 27 y las elecciones presidenciales del 30, algunos personajes que ya son cadáveres políticos, pretenden resucitar con modelos posverdad.
Demagogos carilimpios
Con productos que pretenden manipular creencias y emociones en su intento de influir en la opinión pública y en actitudes sociales y electorales, para incrustarse de nuevo en el poder, conseguir fuero y evitar una persecución legal en su contra.
México Nuevo, Paz y Futuro: El vitral de los vidrios rotos
Dicen que los vitrales de Sainte-Chapelle narran la Biblia en luz. Los de Aquisgrán, la gloria imperial. Pero en México, algunos personajes de reputación tan dudosa como su retórica política pretenden armar su propio vitral nacional con pedacería barata: fragmentos de escándalo, trozos de oportunismo y cristales rotos de credibilidad.
Así nace —o más bien, se recicla— el proyecto político “México Nuevo, Paz y Futuro”, encabezado por el infame Ulises Ruiz Ortiz, exgobernador de Oaxaca, repudiado por muchos y olvidado por otros, que ahora busca redimirse en el altar de la democracia plurinominal.
El conjuro del opositor fingido
Ulises Ruiz, con la solemnidad de quien cree que aún tiene capital político, declara que “urge contar con una verdadera oposición para enfrentar al partido guinda”. ¡Ah, qué noble cruzada! Pero difícilmente nos dejaremos seducir por el disfraz de resistencia.
Esta pretensión política no es una fuerza opositora, sino una comparsa de espectros políticos que buscan revivir sus carreras desde el sarcófago del desprestigio. Si esto es oposición, entonces el payaso de rodeo también es jinete profesional.
Irineo Pérez Melo, coordinador del proyecto, afirma que “la oposición existente está totalmente cooptada por el gobierno”. Y tiene razón, pero lo dice como si su agrupación no fuera parte del mismo teatro.
Es como si los actores secundarios de una telenovela quisieran convencernos de que ellos sí representan el drama auténtico, mientras el guion lo escribe el mismo productor.
La aritmética del espejismo
Para lograr el registro como partido político, el INE exige 20 asambleas estatales y al menos 260 mil afiliados. Ulises, con el entusiasmo de quien cree que aún convoca multitudes, asegura que reunirán “unas cuatro mil personas por asamblea”.
¿Cuatro mil? ¿Con qué magnetismo? ¿Con qué narrativa? ¿Con qué credibilidad? ¿Van a regalar despensas, boletos para el circo o prometer cargos?
La matemática del proyecto es tan ambiciosa como hueca es su retórica. No hay ideología, no hay propuesta, no hay ética. Solo hay una estrategia de reciclaje político que busca convertir la basura reputacional en capital electoral. Es el equivalente político de vender botellas rotas como perfume francés.
El vitral del simulacro
Este proyecto no es un vitral, es un collage de oportunismo. No es Sainte-Chapelle, es el tianguis del domingo. No es Aquisgrán, es el callejón de los milagros. Y, sin embargo, pretenden que lo admiremos como si fuera una obra de arte político. Pero los ciudadanos ya no compramos espejitos. Queremos transparencia, no vitrales rotos.
La verdadera oposición no se construye con exgobernadores repudiados ni con discursos prefabricados. Se construye con ética, con comunidad, con resistencia simbólica.
Epílogo: El carnaval de los simuladores
Así que cuando veas a Ulises Ruiz y compañía en sus raquíticas asambleas, recuerda: no estás presenciando el nacimiento de una fuerza política, sino el último carnaval de los simuladores. Y como todo carnaval, terminará en ceniza.