Antonio Fernández.- Explica San Pablo el fundamento del amor de Dios: “Ni puede ver el ojo, ni oír el oído, ni comprender el corazón del hombre lo que Dios tiene preparado para los que le aman”.
Para muchas personas carentes de fe y de la gracia, su inteligencia no abarca el conocimiento a la obra de Jesucristo Nuestro Señor, que el evangelista da a conocer sobre la existencia del amor de Dios.
Cuando este amor es percibido por el alma en su interior, es debido a la fe y la gracia se esfuerza espiritualmente hasta sentir que ha hecho propio el amor de Dios, persevera en él y lo conserva, verdad que debiera ser entendida, comprendida y retenida en todo hijo de Dios: nadie ama como Dios ama.
¿A quién ama? A todas las almas sin excepción, el amor de Dios no es como el sentimiento intenso entre los seres humanos, que parte de una necesidad de la cual se carece, se busca el encuentro y unión con otro ser para sentirse seguro, de donde nace el sentimiento cordial, sensible y cálido que rodea las nobles aspiraciones entre las personas.
El amor de Dios es diferente, en primer término surge de su corazón, porque Dios es creador de toda creatura que existe en el mundo y el universo, jamás destruirá lo que ha creado pues lo ha creado con amor, celo y esmero para bien de las almas que es la salvación eterna, además de ello conlleva un ramillete que no se mueve sino por el bien de las almas y éstas deben obtenerlo.
Dios Nuestro Señor deposita tantos bienes como sea posible para que el pecador los aplique en el obrar diario y se encuentre en Cristo Nuestro Señor: “El camino, la verdad y la vida”.
El bien del alma no es exclusivo para unos pocos, el recibirlos es para todos, pero que todos escuchen el llamado es el gran problema. Reza el evangelio: “Porque muchos son llamados, más pocos escogidos”.
El llamado es sin exceptuar a nadie, pero de esos todos son pocos los que atienden el llamado de Dios, así es como a sí mismas las personas se excluyen a voluntad, se alejan de la palabra del Señor de acuerdo a la forma de vida que llevan, pero luchar por acercarse y no perder lugar pasa a ser de unos pocos.
De nuestra parte es imitar a Jesucristo Nuestro Señor manteniendo en nuestro ser el nivel de compasión, de amor fraterno y de misericordia que tenemos depositados en el corazón al prójimo.
Disponerse a reconocer que Dios Nuestro Señor comparte los bienes espirituales y temporales con cada persona, y de ellos somos responsables ante Él de lo bien o mal que sean aplicados, deduciendo que en su mandamiento legisla y da la sentencia en lo que es un acto de su misericordia y de su justicia.
Por ello dictamina la gravedad que da a saber: no se debe atentar contra la vida de nuestros hermanos, sino también de toda falta de palabra, obra y pensamiento contra el prójimo.
Dios Nuestro Señor deposita los bienes del alma y conforme las circunstancias de la vida, esto es, cuando en la edad y la madurez, la conciencia reacciona cuando saltan en el corazón los males y los bienes, ya que nuestra vida no sigue una férrea dirección, sino que la naturaleza humana cambia, modifica y transforma, limita y altera obras y actos en el sentido de la santidad o inclinación a lo no debido.
De acuerdo a ello, el bien corrige y la gracia conserva, por eso es meditar la razón que ilustra el Santo Cura de Ars: “Si el Señor nos revelara de golpe toda nuestra miseria, moriríamos”.
Por ello es gradual la enseñanza de su doctrina y mandamientos, es como el niño cuando en su cumpleaños sus padres le llevan un pastel, al verlo el gusto de saborearlo crece y más porque es suyo, quisiera comerlo en un instante.
Si así fuera y se dejara que el niño se lo comiera, es posible que lo probaría, pero después lo dejaría perdiéndose todo el pastel, pero si sus padres cortan una rebanada y se la come, pide otra y se la dan, puede decir “Quedé bien, gracias”.
Bueno, sirva este ejemplo para valorar la ilustración que sobre nuestras miserias habla el santo Cura de Ars, y vayamos a encontrar en la enseñanza de Jesucristo Nuestro Señor reconocer: nadie ama como Dios ama.
Por lo que en el quinto mandamiento manifiesta que nuestro deber para con el prójimo es volver bien por mal y ser en todo tiempo obradores de paz, así nuestra relación con Dios Nuestro Señor ordenará conducta para con el prójimo.
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