Alejandro Cortés González-Báez.- Cada día son menos quienes pasan por la vida mordiendo el rebozo, como lo hacían las muchachas en las películas mexicanas antiguas. Tal parece que los tímidos están en peligro de extinción. Con nuestros actuales sistemas educativos que, por cierto, cada vez tiene menos de sistemas y mucho menos de educativos, hemos ido fomentando una naturalidad muy marcada en los niños. Lo cual me parece que tiene mucho de virtud, pero también algo de cinismo.
Basta comerse una anoréxica hamburguesa en algún McDonald’s para contemplar el ir y venir de niños y niñas de las más tiernas edades bailando y posando como si estuvieran en pleno casting de Televisa. Claro está que también exigiéndoles a sus progenitores como si fueran Madona en gira. Pero la culpa no es de los niños, según el viejo refrán: “No tiene la culpa el indio sino el que lo hace compadre”.
Cuando la naturalidad va acompañada del respeto a los demás, se convierte en una actitud encantadora, pero cuando se apoya en el egoísmo hace a las personas muy difíciles de soportar por chabacanas y groseras.
Hace poco un taxista me contó que había llevado a una señora y a su hija de 12 años que estaba embarazada (sí la niña). Y la mamá comentaba con orgullo que ya la hubiera hecho abuela. El conductor del taxi se atrevió a comentar que no le parecía justo, pensando en la calidad de vida que iba a tener el recién nacido con una madre tan pequeña y sin papá. La sinceridad de este hombre molestó a la señora, quien lo reportó con el gerente de la compañía de taxis. Para ser sincero, todavía no acabo de digerir tamaña inmadurez.
Ya se ve que la chatarra no sólo la tenemos en los tiraderos y en los alimentos, sino también en los medios de comunicación y entretenimiento. Una prueba de ello es la gran cantidad de programas de televisión hechos para personas con coeficiente intelectual muy por debajo de lo normal. Pero eso sí, con raitings muy elevados. Lo de siempre: pensar es un lujo que no cualquiera se quiere dar. Quizás por ello -me lo platicaba un amigo sacerdote- un día cuando acabó de dar una clase sobre temas doctrinales, una señora lo interpeló diciendo: “Oiga padre, le quiero preguntar algo: ¿dónde compró sus zapatos?
¡Cuánto necesitamos de una visión profunda y positiva de la realidad! Aunque ésta sea exigente. Nuestra vida está recubierta por una cáscara y dentro de ella podemos encontrar la sabiduría. Hay quienes han aprendido a descubrirla. Otros sólo ven la superficie y la tiran sin saber lo que están desperdiciando, pues quitar esa cáscara cuesta trabajo y prefieren vivir sin complicarse. Si usted es un verdadero ser pensante, lo felicito de todo corazón.