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Monopolios semánticos

Raúl Ruiz.- La mañana es radiante. Anoche, acá por mi barrio, imperceptible lluvia; tenues gotas le han dado frescura al amanecer. Clima ideal para el trabajo literario.

Después de mi plato de avena… Viene el medicamento obligado para contener el avance de la diabetes y la reducción de la próstata. Tres pastillas. Antes de ingerirlas, ya la mente, en su retorcido arranque, comenzó a cobrar imágenes que no quiero desaprovechar.

Una pausa, debo confesar que, pese a que el COVID me carcomió un considerable bonche de neuronas, y desafortunadamente, luego de tres años no se han podido regenerar, el -reset- psíquico sufrido logró milagrosamente aumentar mi capacidad de imaginación.

Eso, para un ciudadano común, sería una contrariedad, pues la imaginación aumentada es sinónimo de alucinaciones y causa descompensación mental. En mi caso, una bendición, pues es alimento para mi trabajo, aunque a veces parezcan desórdenes cerebrales.

Prosigo… Mientras ingiero el medicamento, pasan por mi mente una ráfaga de imágenes cinematográficas. Escenas de películas futuristas como La Matrix, Terminator, Dune, Tenet…

En todas, el común denominador es la guerra, la violencia explícita, metralla, calibres de 50 mm, pa’rriba; rayos láser, destrucción, todo por el maldito poder, por la supremacía.

En fracción de segundos, salta desde las profundidades de mi subconsciente la imagen de Alvin Toffler diciéndome, hojea nuevamente mi libro “Las guerras futuras”.

“Las guerras del tercer milenio no serán tan sangrientas”. Me susurraba. “El uso de la tecnología será igualmente cruel pero las guerras, no tan sangrientas.”

Obviamente no había identificado todavía al genocida israelí Benjamín Netanyahu, pero ese es otro tema. El caso es que, en el estudio de las confrontaciones bélicas, ha habido una escalada brutal.

Y llegamos a una variable donde el arma letal es… La palabra, el uso de la retórica como instrumento de lucha.

Es aquí donde los guerreros no son jóvenes atléticos, con habilidades en el manejo de misiles, drones, tanques o armas de destrucción masiva.

Entramos a la guerra de la semántica. En la que dependiendo del conocimiento que se tenga de las letras y los efectos que producen las expresiones, puedes ganar, permanecer o reblandecer, el poder. En la medida que domines, persistas y monopolices las ideas, serás superior a tu adversario.

A esto le llamaré Monopolios semánticos.

Monopolios semánticos son estructuras de poder que controlan el significado de palabras clave en el discurso público. Quien domina el lenguaje, domina la narrativa y, por ende, la percepción colectiva de la realidad.

En una guerra semántica, estos monopolios no solo imponen términos, sino que también desactivan o reconfiguran los significados que podrían empoderar al adversario. Si me preguntan… para cualquier veneno, hay contraveneno. Es cosa de ponerse a trabajar.

Estrategia para reblandecer la actividad pública del adversario podría incluir:

– Redefinición de términos clave: Cambiar el significado de conceptos que el adversario utiliza para movilizar apoyo. Ejemplo: sustituir “revolución” por “cambio gradual” para diluir su carga transformadora.

– Saturación discursiva: Inundar el espacio público con versiones alternativas del mismo concepto, generando confusión y debilitando la coherencia del discurso opositor.

– Desplazamiento simbólico: Reemplazar símbolos, nombres o etiquetas que el adversario usa con otros que parezcan más neutros o incluso contradictorios. Ejemplo: llamar “libertad de vientres” al aborto, como señala el análisis de Geoestrategia.

– Apropiación de lenguaje emocional: Usar términos con fuerte carga afectiva para reposicionar temas. Ejemplo: “seguridad nacional” en lugar de “control fronterizo” para justificar acciones más agresivas.

– Fragmentación del sujeto político: Reemplazar “pueblo” por “gente” o “consumidores”, diluyendo la noción de colectividad y acción política.

En ese sentido, la guerra semántica no solo es una lucha por el poder, sino por la posibilidad misma de imaginar alternativas.

Por si no lo han notado se están organizando grupos de poder que imponen sentidos únicos a palabras clave.

– Controlan el imaginario colectivo y sus horizontes éticos.

Y para neutralizar los obuses semánticos, en términos de comunicación se conoce como: plan de control de daños para contrarrestar.

Ahora se necesita crear un Marco de Resistencia Semántica: bauticémoslo como “Dialéctica del Desmonte”. Este marco puede ayudar a contrarrestar los monopolios semánticos y revitalizar el espacio público como terreno de disputa ética y cognitiva.

De una vez les voy a dar la asesoría completa.

1. Identificación de Nudos Semánticos

– Detectar palabras/conceptos que concentran poder simbólico.

– Analizar cómo estas palabras configuran el imaginario colectivo y qué silencios imponen.

2. Desmonte Crítico del Discurso Hegemónico

– Usar análisis semiótico y rumorológico para develar los presupuestos ocultos detrás de términos dominantes.

– Establecer genealogías del lenguaje: ¿de dónde viene este concepto? ¿Qué intereses ha servido?

3. Reapropiación Creativa

– Reconfigurar el significado de los nudos semánticos desde una visión ética y transformadora.

– Ejemplo: resignificar “control” como “cuidados mutuos”; “orden” como “coordinación colectiva”.

4. Crear experiencias simbólicas que desactiven automatismos lingüísticos, llevando al público a una zona de apertura cognitiva

5. Performance Contradiscursiva

– Intervenciones públicas que rompan el marco semántico dominante: teatro, cartografía simbólica, ritual político.

(Esto lo comenzó a hacer el grupo teatral al servicio de Juan Carlos Loera, en su embestida contra el alcalde, Cruz Pérez Cuéllar, para tumbarle el proyecto del puente elevado del tren).

¿Qué más?

– Utilizar metáforas vivas y relatos alternativos que movilicen lo afectivo y lo racional.

Y finalmente, diseñar una…

6. Cartografía del Disenso Ético

– Mapear los puntos de fricción entre discursos hegemónicos y narrativas emergentes.

– Fomentar la disonancia como fertilidad conceptual: allí donde el sentido se fractura, nace la posibilidad de lo otro.

Usted dirá… ¿Por qué les das toda esta información? Te van a ganar la asesoría.

Y la verdad, es que, por lo pronto, no hay competencia al frente.

El diseño de una estrategia para el manejo de monopolios semánticos, es una chinga y la adquisición de “soldados”, expertos en el uso de la palabra, es prácticamente imposible.

¿O usted que opina?