Rodrigo F. Chois.- Se suele hacer balances de cómo ha sido todo cuando se cumplen los “primeros algo”: los primeros cincuenta años, el primer millón –como dice la canción- o incluso, los primeros amores; los tres son buen ejemplo.
Y yo, esta semana, cumplí mis primeros dos mil quinientos kilómetros como motociclista. Si el promedio de mi velocidad durante este kilometraje ha sido alrededor de 50 Km por hora, puedo concluir he totalizado 200 horas de conducción, un tiempo similar -pero en horas de vuelo- que requeriría un piloto para poder volar un avión comercial.
¿Cómo ha sido el balance? La experiencia comparada entre lo que significa conducir un carro y una moto es del Cielo a la Tierra. Sentir el viento en el rostro, la potencia y el rugir de un motor entre las piernas, la versatilidad que tenemos al encarar una ruta, la descarga de testosterona en la sangre y sentir unos femeninos brazos rodeando tu pecho mientras conduces es alucinante.
Conducir moto implica estar en un estado de alerta superior al que empleamos cuando manejamos carro. ¡La prudencia se convierte en el mandato principal!
No obstante, he evidenciado el grado de imprudencia de muchos motociclistas que transitan en nuestra ciudad: el irrespeto a las señales de tránsito, la falta o uso incorrecto de elementos de protección y exceso de velocidad son común denominador. Si a los conductores de carro este comportamiento de los motociclistas los apabulla, a los que transitamos en motocicleta nos aterra aún más. Esto es algo en lo que las autoridades podrán y deberán trabajar.
Conclusión final: Si cuatro ruedas mueven el cuerpo… ¡Dos ruedas mueven el alma!