Daniel Valles.- Por años, el mexicano ha presumido —como si fuera medalla olímpica— que trabaja más que nadie. Según la OCDE, eso es cierto. Trabajamos muchísimo. También somos de los menos productivos. Ahí está parte de Meollo de este Asunto.
Ahora bien, viene el Gobierno y dice: “Vamos a reducir la jornada de 48 a 40 horas semanales”. ¡Bravo! Dicen unos. ¡Van a quebrar los negocios!, gritan otros. Y ambos tienen algo de razón.
La propuesta suena moderna, progresista, europea. Lo que no se ha dicho es que los países que lo lograron no lo hicieron con discursos, sino con cultura laboral. Y ahí es donde el diablo mete la cola.
La Concanaco, Canacintra y otros organismos empresariales están que no los calienta ni el sol. ¿Por qué? Porque 7 de cada 10 empresas mexicanas no quieren ni oír hablar de las 40 horas. Canacope dice que podrían cerrar hasta 22,000 negocios en la CDMX. ¿Exagerado? Tal vez. ¿Posible? También.
Los empresarios ven venir aumentos de hasta el 71% en costos laborales. Piden subsidios, reducción de impuestos, gradualidad. Y razón no les falta: bajar las horas no baja los costos… a menos que se haga con cabeza.
Veamos. En Islandia redujeron a 35-36 horas con resultados espectaculares. En Japón, Microsoft cortó un día y la productividad subió 40%. En Reino Unido, 61 empresas lo probaron y 90% decidió quedarse con el modelo.
¿La diferencia? Allá no premian al que calienta la silla. Premian al que resuelve. Allá la puntualidad es virtud, las juntas son breves, el enfoque es total. Aquí nos encanta llegar tarde, extender juntas eternas y creer que el que se va primero no trabaja.
El mexicano ama parecer ocupado, aunque no produzca. Le teme al jefe, pero no a perder el tiempo. Le tiene pavor al cambio, pero se queja de la rutina. ¿Cómo funcionará una jornada más corta en ese contexto? Pues no muy bien, si no cambiamos el modo de pensar.
En Europa, los sindicatos pelean por condiciones más humanas y productividad compartida. En México, algunos sindicatos pelean por no perder sus privilegios. Hay excepciones, sí. Pero los que marchan por las 40 horas no siempre representan a quienes tendrán que implementarlas.
Y luego viene el gobierno con su calendario: del 19 de junio al 7 de julio, mesas de trabajo. El 31 de julio, propuesta final. El 1 de septiembre, al Congreso. ¿Resultado? Incertidumbre. Y en el mundo de los negocios, eso es veneno.
México no necesita solo una reforma laboral. Necesita una reforma cultural. Hay que dejar de premiar al mártir del trabajo. Hay que profesionalizar, confiar, medir resultados. Lo contrario es legislar por moda y fracasar por sistema.
Reducir la jornada sin cambiar la cabeza es como ponerle frenos a un burro con dirección hidráulica: bonito, pero inútil.
El Meollo del Asunto.
La jornada de 40 horas puede ser una bendición o un desastre. Depende de si se entiende como un cambio de fondo o un gesto de campaña. La eficiencia no se impone con decretos. Se cultiva. Y en eso, estamos en pañales. Es la realidad y también es, El Meollo del Asunto.