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Mariano Arista

Dr. Fernando Antonio Herrera Martínez.- José Mariano Martín Buenaventura Ignacio Nepomuceno García de Arista Nuez; citado como Mariano Arista, fue un político y militar que fue presidente de México.

Era tanta su mala fama que ocho periódicos de la capital publicaron una protesta en contra de su candidatura. Lo acusaban de abuso de poder, falta de principios, le achacaban cargos de traición en la guerra contra Estados Unidos y cobardía en esa misma guerra, subversión del orden público y uso indebido de los fondos públicos.

En respuesta, Arista mandó arrestar y encarcelar a los jefes de redacción y al director de la imprenta que había estampado aquella protesta.

Fue uno de los escasos presidentes que en los primeros 30 años del México independiente llegaron al poder por la vía electoral, pero no del pueblo, sino de gobernadores y del Congreso.

Asumió su cargo el 15 de enero de 1851, en medio de una severa crisis económica, poco pudo hacer su administración para resolver los problemas. Su gabinete fue incluyente, con liberales puros, conservadores puros y moderados.

Intentó imponer orden en las finanzas y combatir la corrupción, pero su vida privada también era motivo de escándalo, sobre todo entre la gente conservadora y entre el pueblo que le creía responsable de las primeras dos derrotas frente a Estados Unidos.

Aun así, logró la realización de algunas obras materiales que causaron admiración en la sociedad: estableció la primera línea telegráfica entre la capital y el puerto de Veracruz, otorgó permiso o concesión para construir el tren en esa misma ruta, trasladó la estatua ecuestre de Carlos IV –la que conocemos como el caballito- a la entrada del Paseo de Bucareli, hizo abrir la puerta Mariana en el Palacio Nacional y promovió las ascensiones en globo.

Con el país en bancarrota, Arista intentó impulsar la minería, la agricultura y la incipiente industria mexicana, pero, como siempre, las revueltas o asonadas pretendían traer de nuevo a Santa Anna que recibió apoyo militar y con El Plan del Hospicio, declarado en Guadalajara, lo obligan a renunciar y asume el presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Juan Bautista Ceballos, para entregar el poder a Santa Anna.

Arista muere en el exilio, pero sus restos fueron traídos a la rotonda de los hombres ilustres.