Antonio Fernández.- A partir de la Anunciación inician en María los sufrimientos y padecimientos. No da a conocer a su esposo José la aparición del Ángel, ni la concepción por obra y gracia del Espíritu Santo.
José no duda un instante de la santidad de María, quien lo deja todo al cielo, pasando al momento en que arriban al pesebre de Belén los pastores a quienes el ángel anunció: “Hoy os ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo Señor”, palabras que María guarda en su corazón.
Entramos ahora al momento de la presentación del Niño Jesús en el Templo, donde acude la Sagrada Familia a cumplir la obligación de presentar al primogénito que será llamado Santo.
Estando en el Templo se hace presente Simeón y hace saber a sus padres: “Bendíjolos, entonces Simeón dijo a María, su madre: Este es puesto para ruina y para resurrección de muchos en Israel, y para ser una señal de contradicción, y a tu misma alma, una espada la traspasará, a fin de que sean descubiertos los pensamientos de muchos corazones.”
Ha profetizado el rechazo del Mesías por Israel que conocerá María al pie de la cruz, y lo guardó en su corazón. Hasta ahora todo ha sido glorioso, la profecía fue en María el primer dolor que retiene en su corazón su admirable silencio. Viene el momento que el ángel en sueños anuncia a José la urgente partida a Egipto, Herodes busca al Niño para quitarle la vida.
Reza el Evangelio: “Levántate, toma contigo al Niño y a su madre y huye a Egipto, donde permanecerás hasta que yo te avise. Y él se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche y salió a Egipto”.
Sin dar excusas o pedir explicación o aclaración, José obró al instante, por ello es modelo de obediencia. En María no hubo más que obedecer al mandato de su esposo José, responde al instante, no hubo como ahora se estila que la mujer quiere explicación, si me conviene voy, ese lugar no me gusta, está lejos. ¡Vaya diferencia!
María en su corazón repasa una inquietud: ¿Por qué quieren quitarle la vida a mi Hijo? Mas vino a su memoria la profecía de Simeón: “Una espada”… Y este segundo dolor lo guardó en su corazón.
La angustia padecida por María y José cuando regresan de Jerusalén, donde cada año asistían a la fiesta de la Pascua, esperan la llegada de Jesús en el lugar acordado, pasa el tiempo y no se hace presente.
Observan la llegada de caravanas que vienen de la ciudad, preguntan a sus parientes si lo han visto y nadie da razón de Él, hasta que la intuición de madre le lleva a considerar que Jesús gusta de estar en el templo.
Convencidos de ello regresan a Jerusalén angustiados por lo que pudiera pasarle, no vislumbran que nada le pasará pues es el Hijo de Dios, eso no viene a su mente sino un solo deseo: verlo, enseñándonos a que cuando por nuestros pecados perdemos a Jesús, en el Templo lo encontraremos.
Llegan y buscan hasta encontrarlo en medio de los doctores y dijo María: “Hijo, ¿Por qué has hecho así con nosotros? Tu padre y yo te estábamos buscando con angustia”… Y vino la respuesta de Jesús: “¿Cómo es que me buscabais? ¿No sabíais que conviene que Yo esté en lo de mi Padre? No comprendieron las palabras con que les habló”…
Lo importante para María y José fue encontrarlo, verlo gozo único, sus palabras María las guardó en su corazón, un momento difícil sentirse culpables de no encontrarlo, María reconoce en su corazón los dolores.
Pasan treinta años donde el Niño de joven llega a la madurez, María ilustrada por Él en la ciencia de Dios, le manifiesta las cosas en que fue dando a conocer la misión encomendada a Él por Dios su Padre, la Madre llegado el momento de salir al mundo estaba resignada. En el abrigo del hogar María lo observa de lejos, se acerca prudente y escucha de las personas lo que piensan de su Hijo.
Cuando las cosas toman camino de su pasión a la redención de las almas, Jesús encuentra a su madre en el momento que lleva la cruz sobre sus hombros, al verlo fue la única alma que comprendió que lleva cargando en la cruz los pecados de todos los seres humanos que han, están y vendrán al mundo, peso tremendo que le hizo caer en tres ocasiones en forma por demás indecible.
Al verlo María casi estuvo a punto de morir, pero Dios la fortalece y así vive el dolor de una espada más clavada en su corazón.
Llega Jesús al monte Calvario, María a distancia sufre cada gesto, dolor y expresión de su Hijo que le hiere cada vez más, sufre en demasía ver lo que hacen a quien es la verdad eterna, acepta duramente porque entiende va a la redención de las almas.
Y entra el momento que Nuestro Señor perdona a quienes lo injurian, perdona al ladrón, pero vino el momento solemne en que atraído por la presencia de María Santísima en todo el trayecto de la vía de dolor, María habla de su corazón al de su Santísimo Hijo. Ambos unidos, ella lo consolaba y Él la conforta.
De la gente del pueblo surgen insultos y críticas, entonces padeciendo sus últimos momentos de dolor dirige a su amorosa madre envuelta en el agobio del dolor de su corazón.
“Junto a la cruz de Jesús estaba de pie su madre, y también la hermana de su madre, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús viendo a su madre y, junto a ella al discípulo que amaba, dijo a su madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí a tu madre. Y desde este momento el discípulo la recibió consigo”…
Vive María el dolor de la partida de su amado, y su deseo de ser la madre de la humanidad, responsabilidad que desde ese instante ha llevado a pesar de la ignominia humana. El dolor en ella no cesa, otra espada clavada en su corazón.
Imaginemos a nuestra Madre al pie de la cruz, escuchar a su Hijo amado exclamar “En tus manos encomiendo mi espíritu”… Verlo inclinar su rostro, ha muerto el Hijo de Dios hecho hombre, ha muerto el hijo de sus entrañas, ha triunfado en su misión redentora, pero me quedo sola.
¡No! Ahora Madre, tu amor se ha agigantado aún más, ahora todos los seres humanos son hijos tuyos heredados en el momento culminante de la redención, el Señor tenía para ti una misión única, porque en su corazón está la realidad de su madre, la única que por su amoroso corazón modelará las almas a su salvación, ello implica que María permanece dolorosa al pie de la cruz, ¿acaso la humanidad lo considera?
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