Benjamín Carrera (Representante Estatal de la SADER).- Desde el sexenio pasado se ha impulsado desde el gobierno de México una serie de acciones y programas que buscan garantizar y elevar el bienestar de las personas productoras de alimentos y que además no descuidan la urgente necesidad de cuidar el ambiente y el mundo en que vivimos y que debemos heredar en buenas condiciones a nuestros hijos y nietos. Algo que sin duda apoyo y pondré mi granito de arena para que suceda.
De manera aún más intensa, en el gobierno de la PresidentA se ha retomado la idea y se continuado con el camino en busca del mismo destino y una muestra de ello son las escuelas de campo, que se constituyen sobre parcelas de productores beneficiarios de apoyos directos del Programa Producción para el Bienestar y su Estrategia de Acompañamiento Técnico (EAT), y son lugares donde productores, productoras, técnicos y técnicas se reúnen, dialogan, intercambian conocimientos y experiencias de prácticas ancestrales y técnicas modernas, y ponen en marcha actividades productivas orientadas a la transición agroecológica, libres de maíz transgénico y glifosato.
Participan preferentemente las y los productores beneficiarios de apoyos directos de Producción para el Bienestar y también pueden hacerlo aquellos que son vecinos de la comunidad donde se ubica cada ECA. El único requisito es apostar por la agroecología.
El concepto de escuelas de campo surgió en 1980 en Indonesia; su instalación tenía el objetivo de brindar capacitación a las y los agricultores de arroz de ese país para el manejo integral de plagas, así como para transitar hacia una agricultura respetuosa del medio ambiente. Este modelo fue introducido por primera vez a Centroamérica en el año 2000, en la Universidad Zamorano, en Honduras. Posteriormente, llegó a Colombia, Ecuador, Perú, Nicaragua, El Salvador, Bolivia, y en 2001 a México (Chiapas y Veracruz). Y fue por iniciativa del Colegio de la Frontera Sur y de la Universidad Autónoma Chapingo que se logró sistematizar esta experiencia; sin embargo, en México existen escuelas de campo desde hace más de 30 años.
Son tres los niveles de acción. 1. La capacitación en escuelas de campo, implicando la elaboración de bioinsumos con materiales locales y de bajo costo (estiércol, rocas, ramas, lombrices y otros). 2. La réplica de la capacitación en sitios aledaños con otros grupos de productores y productoras. 3. El acompañamiento técnico a los productores en sus parcelas.
La principal característica de las escuelas de campo es su carácter práctico, ya la parcela es el lugar de aprendizaje: Se desarrollan en las comunidades donde viven las y los agricultores; la parcela sirve como un aula de práctica y aprendizaje, no como una parcela demostrativa y son un espacio para compartir los conocimientos, lo que fortalece las capacidades, el empoderamiento y los liderazgos locales con el objetivo de impulsar la organización y el desarrollo de las comunidades.
Las ECA han demostrado que no solo refuerzan los conocimientos técnicos y la capacidad para la toma de decisiones de los agricultores, sino que también influyen de manera significativa en las dinámicas de los hogares y las comunidades. Las ECA fortalecen las relaciones de la comunidad.
Es importante destacar que las escuelas de campo impulsan la capacitación y el acompañamiento técnico permanente, por medio de técnicos y técnicas agroecológicos y sociales de las propias comunidades, lo que detona procesos de adopción y desarrollo de innovaciones, aprovechando la sabiduría ancestral campesina, para que los productores avancen en su actividad, con visión agroecológica, con mayores rendimientos, mayores ganancias, cuidando la salud de sus familias y consumidores y con mejora en las condiciones de vida de las comunidades rurales.
¡Por el bien de todas y todos, primero el campo!