Dr. Fernando A. Herrera M.- A lo largo de los años he sabido de la gente de izquierda, desde la más cercana al centro, hasta la extrema, que cuando la economía se los permite gozan de vivir como pequeños burgueses.
Esta situación ha sido objeto de una que otra discusión o crítica por la supuesta ausencia de congruencia, entre la ideología que defienden y la vida que llevan.
Ejemplos hay muchos. Los más sobresalientes son los que se disfrazan de izquierdistas, que son los eternos dirigentes de sindicatos obreros o campesinos, del sector de gobierno o empresa que se dan vida de excesos tipo mafia.
Están los eternos líderes de partidos progresistas que viven como reyes con votos de los humildes.
Y por último los más rancios de izquierda que cuando alcanzan el poder se transforman en nuevos ricos de la noche a la mañana con la parafernalia que eso implica: viajan en primera clase, pretenden emparentar con familias de abolengo, se hospedan en hoteles de siete estrellas y no saben qué diablos pedir para la cena o la comida.
Aun así, son lo más recalcitrante de la izquierda y su narrativa contradice todo lo que hacen, pero no les importa mentir, porque el discurso de la izquierda es dulce:
“Todos somos iguales, tenemos los mismos derechos, estaremos bien todos”, etc., aunque busquen el poder permanente y solo sean ellos los que se beneficien.
Esta es la historia de la izquierda. Y no crean que las historias de la derecha son muy diferentes.
En el caso de la izquierda, ahora tenemos los viajes a Japón, a España o Portugal; las fiestas de botarate de Pedro Haces o los relojes de Marcelo, Mario y un largo etcétera.
Solo respaldan lo que siempre se ha sabido.
El mito de la izquierda se basa en vida de sus gobernantes en el mundo que siempre fue y es fastuosa. Salvo rarísimas excepciones, como la de Pepe Mujica.
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