Inicio Perspectiva La Biblia y la educación laica: un debate que exige inteligencia y...

La Biblia y la educación laica: un debate que exige inteligencia y buena fe

Lic. Héctor Ramón Molinar Apodaca (Facilitador Privado No. 24).- Hace unos días publiqué el artículo “Jesús de Nazaret: defensor de la dignidad humana y precursor de la democracia”.

El texto provocó un intenso debate. Algunos lectores —incluidos periodistas y académicos— coincidieron en que la figura de Jesús es universal y su mensaje trascendió credos. Otros, sin embargo, rechazaron tajantemente la idea de que la Biblia o la enseñanza de sus valores tenga cabida en la educación pública.

A unos les preocupa que se “confunda la religión con la política”; otros aseguran que la Biblia “carece de evidencia histórica” y algunos padres de familia sostienen que “jamás permitirán que se enseñe religión en las escuelas”.

Ante esos señalamientos, considero necesario aclarar conceptos, con respeto y fundamento.

La Biblia sí tiene valor histórico y cultural

La Biblia no es solo un texto religioso; es también un documento histórico, literario y moral de enorme influencia.

Arqueólogos y académicos de renombre —como William F. Albright, Werner Keller o E. Puech— han demostrado la veracidad de numerosos pasajes bíblicos mediante hallazgos en Egipto, Mesopotamia, Israel y Roma.

Los nombres de faraones, reyes, ciudades, rutas comerciales y leyes coinciden con registros extrabíblicos. Negar su valor histórico es negar evidencia empírica.

Desde una perspectiva cultural, ningún libro ha influido tanto en el arte, la música, la literatura o el derecho.

Códigos jurídicos, declaraciones de derechos y movimientos humanistas se inspiraron en los principios bíblicos de justicia, igualdad y dignidad humana.

La educación laica no significa censura moral ni histórica

El artículo 3º constitucional establece que la educación pública será laica, gratuita y basada en los resultados del progreso científico. Eso implica neutralidad religiosa del Estado, no ignorancia cultural ni censura histórica.

Enseñar la Biblia en escuelas, desde un enfoque histórico, ético y literario, no constituye adoctrinamiento, sino formación integral.

La laicidad mexicana, originada en las Leyes de Reforma de 1857, buscó evitar la imposición clerical sobre el gobierno, no borrar la huella espiritual de la civilización.

La educación laica no prohíbe hablar de Dios, sino imponerlo.
Y enseñar el legado moral de los profetas o el mensaje social de Jesús no equivale a hacer catequesis: equivale a estudiar historia y ética.

Jesús de Nazaret: raíz de los valores universales

Mi artículo anterior defendía precisamente eso: que Jesús de Nazaret es una figura histórica y ética universal, incluso para quienes no profesan fe.

Su defensa de los pobres, su predicación de la igualdad entre hombres y mujeres, su llamado al perdón, a la justicia y al amor al prójimo lo convierten en precursor de los derechos humanos modernos.

Negar la posibilidad de estudiar su legado en las aulas sería negar el derecho de los estudiantes a conocer una de las fuentes más puras de la dignidad humana.

El artículo 6º de la Constitución garantiza el derecho a la información; el 7º, la libertad de difundir ideas; y la Declaración Universal de los Derechos Humanos (artículos 18 y 19) reconoce el derecho a buscar, recibir y compartir información espiritual y moral.

Por tanto, no solo es legal enseñar la Biblia como historia: es un derecho cultural.

Padres, educadores y el verdadero sentido de la laicidad

A los padres que temen que se confunda la religión con la educación, les digo: la verdadera laicidad protege la libertad de conciencia, no la prohíbe.

Un niño que aprende a distinguir entre fe, historia y valores morales no se vuelve fanático; se vuelve reflexivo.

El conocimiento nunca ha sido enemigo de la libertad; la ignorancia sí.

Si en la escuela se estudia a Sócrates, Confucio o Gandhi, ¿por qué excluir a Jesús, cuya influencia en el pensamiento ético occidental es incuestionable?

Estudiar su mensaje no obliga a creer; invita a comprender.
Y comprender es el primer paso hacia la tolerancia.

Por eso enseñar es para comprender, no para imponer

México necesita ciudadanos con criterio, no con miedo.
Educar en valores universales —muchos de los cuales nacen en las páginas de la Biblia— fortalece la democracia, la justicia y la paz social.

La Biblia puede y debe estudiarse en la escuela, no como dogma, sino como fuente histórica, ética y cultural.

La educación laica y la Biblia no son enemigas; son aliadas cuando se busca formar seres humanos con conciencia, libertad y responsabilidad.

En mi humilde opinión, sostengo que enseñar la Biblia con inteligencia y respeto no divide: ilumina.

Y en tiempos de confusión moral y violencia, iluminar la mente y el corazón es también un acto de justicia.