Padre Eduardo Hayen.- Los acontecimientos del rancho Izaguirre, en el municipio de Teuchitlán, Jalisco, ponen la pregunta sobre el enigma del mal. Tales campos de entrenamiento para el sicariato, narcopanteones y hasta hornos crematorios –reminiscencia de aquellos hornos en que los nazis calcinaban a sus prisioneros durante la Segunda Guerra Mundial– nos habla de los niveles tan extremos de podredumbre que puede alcanzar el corazón del hombre.
México se ha convertido en un gran cementerio donde deambulan –como fantasmas a los que nadie hace caso– las madres y padres de las personas desaparecidas. “Que mi súplica llegue hasta ti, inclina tu oído a mi clamor”, es la aflicción del salmista que bien podemos poner en los labios de tantos familiares angustiados que buscan a su pariente cuyo paradero permanece ignoto.
La Sagrada Escritura nos habla de los niveles de maldad que alcanzan niveles sociales: opresión de los pobres, injusticia en los tribunales y adoración de ídolos acompañada de sacrificios humanos: niños sacrificados a Moloc –deidad pagana– (Lev 20,2-5); o el trágico caso de las ciudades de Sodoma y Gomorra que, por la perversión de sus habitantes, fueron destruidas (Gen 19). México hoy vive en una maldad colectiva extrema que despenaliza el aborto –incluso hasta los nueve meses– e incentiva los grupos delictivos. Es un camino de destrucción total.
¿De dónde viene el mal?, es la pregunta. Es un dato de la teología el que la naturaleza angélica interactúa con el mundo material. Los demonios, deformados por su pecado, ejercen esta posibilidad de manera despótica, arrogándose supuestos derechos sobre la realidad visible. Cuando un exorcista ejerce su ministerio llega a escuchar, algunas veces, en boca del poseso: “es mío”, “me pertenece”, “me lo ofrecieron”. Con frases como esa, el diablo se adjudica derechos de propiedad o de dominio sobre alguien o algo que, en realidad, no los tiene.
Los derechos legítimos sobre las personas y las cosas son únicamente de Dios porque Él es Señor de todo lo que existe. Todo está bajo su imperio, incluido el diablo, cuya acción en el mundo de los hombres la permite por el misterio de su Divina Providencia.
México es un país donde se apareció Santa María de Guadalupe en 1531 y desde entonces, con la predicación del Evangelio, desaparecieron los sacrificios humanos. Hoy, Satanás reclama, bajo la forma de aborto legal y la violencia del crimen organizado, lo que la humilde esclava del Señor le había quitado. Todo esto acompañado por múltiples rituales oscuros que realizan en México, desde el mundo de la política hasta el del narcotráfico, así como en la cultura popular.
El diablo actúa en la tierra por motivos jurídicos. Él cree que el mundo le pertenece por un título de propiedad que adquirió por el pecado original de la humanidad, al que él indujo con su seducción y por los pecados personales de los hombres. Pero hay pecados que, por su gravedad, sirven para que el demonio adquiera dominio sobre personas particulares y su entorno, su casa, su trabajo, su familia y hasta en grandes territorios y sociedades.
El aborto despenalizado, la eutanasia incentivada, el narcotráfico solapado, así como las muertes violentas que de él se derivan, los secuestros, la trata de personas y los pactos establecidos con el diablo mediante la hechicería, son males gravísimos por los que la serpiente antigua se instala en nuestro país. Se siente un inquilino en la tierra; por eso Jesús lo llama el “príncipe de este mundo” (Jn 14,30; 16,11).
El más eficaz combate al mal no es con las fuerzas humanas de las fiscalías –necesarias, por supuesto– sino con el poder del Crucificado: “Ahora el príncipe de este mundo va a ser arrojado fuera” (Jn 12,31), declaró el Señor. Sólo los corazones que vuelven a Cristo muerto y resucitado logran levantar una cerca inviolable por la que el poder de las tinieblas no las puede tocar. Podrán sufrir los embates externos del Malo, pero sus almas están siempre en la paz de Dios.
Nuestra súplica llegue hasta Dios por el fin del aborto, del narco y de la trata. Y por toda la gente pro vida, que son como ángeles en el mundo.