Padre Eduardo Hayen.- Cuando era niño aprendí historia a través de grandes relatos narrados por mis padres, maestros y catequistas. Escuché las epopeyas griegas en la Ilíada y la Odisea, la grandeza del Imperio Romano y, más tarde, las grandes aventuras del descubrimiento de América y la Conquista de México.
Conocí los grandes relatos bíblicos como la liberación de Egipto por Moisés, las proezas y miserias del rey David, la conquista de la Tierra prometida, la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo, así como la gran aventura de la expansión de la Iglesia a través de los Apóstoles y los mártires del cristianismo.
Todos estos relatos asombraron mi mente y corazón pero, sobre todo, formaron en mí una clara noción de la vida como una lucha espiritual y la esperanza, al final de la historia, del triunfo del bien sobre el mal.
Mis héroes de la Conquista de México son Hernán Cortés y los doce frailes franciscanos que llegaron después. Fueron hombres intrépidos, indomables, líderes con gran espíritu de sacrificio, dispuestos a dar sus vidas por el reino de Cristo. Siempre los admiraré, aunque decirlo pueda causarme acusaciones y rechazo de aquellos que, lavados sus cerebros por la ideología progresista, los tienen por villanos y hoy los quieren arrojar al basurero de la historia. Piensan esos progresistas que para avanzar hacia el futuro hemos de dinamitar, primero, los cimientos de la cultura occidental.
Dentro del santoral católico tengo una gran admiración a San Junípero Serra, otro hombre excepcional, guerrero espiritual indómito, defensor de los indios, fundador de las antiguas misiones de la Alta California que dieron origen a grandes ciudades como San Francisco, San Diego, Monterrey y Santa Bárbara. San Junípero es un santo católico que tiene su estatua en el capitolio de Washington por ser uno de los héroes que contribuyeron a forjar la nación norteamericana, pero hoy el santo empieza a ser visto como un villano del pasado.
Hace unos años apareció en Estados Unidos un movimiento progresista y fraudulento de izquierda llamado “Black lives matter”, supuesto defensor ante la discriminación racial y guardián de los derechos de los afroamericanos, financiado por Open Society Foundation del multimillonario George Soros.
Ellos fueron quienes derribaron la estatua San Junípero en San Francisco, California, en una acción que pretende borrar el pasado, aniquilar a los héroes y, en último término, infundir una vergüenza general por nuestras raíces cristianas. De esa manera quieren destruir las bases de la cultura occidental para construir un nuevo orden en el mundo.
En su artículo “Destruyendo la cultura a través de la amnesia”, Sarah Cain, analista política y comentarista social en Estados Unidos, denuncia la manera en que está cambiando la educación en ese país. Hoy los profesores no enseñan los relatos atemporales o los cuentos que, a través de los siglos, transmiten enseñanzas morales que permiten a los niños ver la diferencia entre el bien y el mal para evitar los vicios y elegir las virtudes.
En cambio, cuando enseñan hechos históricos es, muchas veces, para socavar a los grandes hombres del pasado al amplificar sus defectos y minimizar sus virtudes. Sin referencias positivas con el pasado, los niños son adoctrinados para aprender que, en realidad, nuestros héroes eran malvados y observar que Occidente se edificó con la sangre de víctimas desafortunadas.
Estamos inmersos en una revolución silenciosa donde no se disparan balas y, en cambio, se lavan cerebros. Es una revolución que ocurre a través de la educación escolar y a través de los medios masivos de comunicación. En una entrevista con Mamela Fiallo comenta Agustín Laje que toda revolución trae un ataque al pasado para inaugurar un nuevo tiempo. Hay que sacudirse del ayer.
Durante la Revolución Francesa los revolucionarios disparaban contra los relojes de las plazas públicas, como quien dispara simbólicamente contra el tiempo. El nuevo gobierno francés modificó el nombre de los días, los meses y el orden de los años, para contar el tiempo a partir de 1789, año de la revolución.
Al transformar nuestros héroes en villanos, al derribar las estatuas de quienes por su vida virtuosa y sus luchas por una patria mejor han sido orgullo y ejemplo de generaciones, se está disparando contra el tiempo para aniquilarlo e iniciar un tiempo nuevo, diseñado por los constructores de una nueva civilización. Esto es robar a la gente su identidad, sus raíces históricas, para inyectar en las mentes la nueva identidad fabricada por aquellos que ostentan el poder mundial.
Hay tantas cosas positivas que aprendemos de nuestros héroes, así como de nuestros mitos y leyendas, pero sobre todo, de las vidas de los santos. Aprendemos, entre otras cosas, –dice el artículo de Sarah Cain– cómo nuestros antepasados tuvieron defectos que pudieron superar; fueron personas que lucharon contra el vicio y la tentación y lograron sobresalir.
Si esto no lo aprenden los niños y jóvenes, y en cambio solo miran a los personajes del pasado como seres oscuros que destacaron por sus pecados, entonces ¿por qué las nuevas generaciones habrían de distinguirse por sus virtudes si, al fin, el ser humano es un ser malvado y la historia la hacen los villanos?
Tenemos la grave responsabilidad de evitar que el progresismo socialistoide siga avergonzando a sociedades enteras de lo que fue su pasado, así como la gran tarea de conservar nuestras raíces históricas y enorgullecernos de la grandeza de nuestra cultura occidental, que fue construida sobre el cristianismo, el pensamiento griego y el derecho romano.