Carlos Villalobos.- Recientemente Dani Olmo, jugador del Barcelona, registró su festejo de gol. Sí, leíste bien: REGISTRÓ su celebración, el acto de señalarse la muñeca como si estuviera ajustando un reloj se ha convertido en una marca comercial, una mercancía con etiqueta y con eso termina de quedar constancia que el fútbol nos escupe a la cara la misma verdad incómoda: el negocio está devorando el alma del deporte.
El fútbol, ese juego que solía ser un refugio del caos cotidiano y el aliviane de miles (entre los que me incluyo), se está convirtiendo cada vez más en una vitrina para marcas, patentes y propiedad intelectual, dejando fuera a quienes más importamos: a las y los aficionados.
El gol, ese momento tan genuino, resultado de una genialidad o el trabajo en equipo, ha comenzado a ser mercantilizado y monetizado, dejando fuera el momento de espontaneidad y locura luego de anotar.
Lamentablemente, hoy no solo basta con ser talentoso, no es suficiente con ganar partidos o títulos; ahora hay que ser una empresa, ser una celebridad en redes sociales y si queda tiempo patear de manera decente la redonda. Dani Olmo no es el primero en recorrer este camino, antes, el inglés Jude Bellingham y el francés Kylian Mbappé ya habían dado el paso hacia la Oficina de Propiedad Intelectual de la Unión Europea (EUIPO) y así patentar sus celebraciones “icónicas” (aunque en realidad hablamos de movimientos burdos y rutinarios).
Y seamos claros: registrar una celebración no tiene nada de romántico, es una maniobra fría, calculada, una jugada comercial en un tablero donde cada movimiento equivale a millones de euros; el fiel reflejo de un sistema en el que el talento no puede vivir sin el negocio y donde los futbolistas ya no son solo deportistas, son marcas ambulantes.
¿Dónde quedó el espíritu del gol? Ese momento puro, explosivo, en el que celebrar era una reacción visceral, una conexión directa con la tribuna, con el barrio, con la calle, ahora cada celebración es una coreografía pensada para Instagram, un posible emoji o una animación para el videojuego de futbol que tenga la licencia de la celebración. Incluso, se ha vuelto común ver cómo los jugadores, después de marcar un gol, miran directo a la cámara con una pose previamente ensayada, asegurándose de que el ángulo sea el adecuado para las redes sociales y las campañas de publicidad.
Todo calculado, todo registrado, todo contabilizado.
Lo de Dani Olmo es particularmente sintomático porque su festejo es, siendo honestos, bastante mediocre, no tiene la fuerza de un “Topo Gigio” de Riquelme, ni la alegría contagiosa de los saltos de Hugo Sánchez o siquiera un atisbo de carisma de Cuauhtémoc Blanco celebrando un gol, es simplemente señalarse la muñeca como diciendo: “¿Ves? Justo a tiempo”.
Bellingham y su pose de héroe desafiante, Mbappé con sus brazos cruzados y ahora Olmo con su dedo índice en la muñeca, celebraciones que parecen pensadas más para las vitrinas de una tienda que para el corazón de una afición. Porque, no nos engañemos: el negocio es el negocio, patentar estas celebraciones no es por el “honor” o el “legado”; es por proteger una fuente de ingresos. Ahora, cada vez que un niño imite ese gesto en una cancha de tierra, un adulto pensará en cuánto puede costar una camiseta conmemorativa o una figurita de acción.
Y ahí radica lo más triste de todo: las niñas y los niños, esos primeros soñadores del fútbol, son los que absorben estas imágenes como esponjas. Ellos no piensan en patentes o derechos comerciales, ven a sus ídolos y los imitan, creyendo que el fútbol es puro, que se trata solo de jugar y celebrar con el corazón. Pero mientras ellos intentan perfeccionar su festejo frente a un espejo, en alguna oficina europea se está firmando un contrato para que esa misma celebración sea explotada por una década.
¿No es una locura que hasta celebrar un gol sea una mercancía? Que los gestos más simples y espontáneos del deporte estén ahora atrapados. El fútbol era pasión, era barrio, era una expresión colectiva de alegría o desahogo, ahora, cada gol parece ir acompañado de un copy publicitario.
Al final, las tres celebraciones más absurdas son las que han sido registradas y si eso no es una señal de que el fútbol se está convirtiendo en una caricatura de sí mismo, no sé qué lo sea.
Quizá algún día, cuando un jugador marque un gol y simplemente levante los brazos sin más, recordemos que no todo tiene que ser una marca registrada.
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