Compartiendo diálogos conmigo mismo
Nuestra historia está firmemente en las manos de Dios: Con el alma en vela y en verso, estamos siempre dispuestos para el Padre, en una espera que no ha de desesperarnos; puesto que, nos acompaña con su providencia, cuidando de cada uno de nosotros.
Jamás perdamos la recta orientación; que la crónica es un partir y un compartir, un donarse y darse, ofreciéndose a los demás. Al fin, uno es lo que es, gracias a Jesús; y, así: ¡Bebiendo de su venerable pulso, nos avenimos!

I.- Donde hay miedo; hay oscuridad
Con el Salvador nada es temible,
sólo hay que dejarse acompañar,
despojarse de mundo pernicioso,
y reintegrarse al espíritu celeste,
para acompasar de amor el obrar.
Junto a la cruz de Cristo, el amar;
con el amar, la pasión por el ser;
con el ser, la alegría del convidar;
con el convidar, el gozo por vivir;
y con el vivir, la paz en el pecho.
Bajo esta concordia omnipotente,
no cabe el desaliento ni el temor;
lo cardinal es escucharse y oírse,
habitar despiertos y no dormirse,
pues el que rastrea siempre halla.

II.- Donde hay vigilancia; hay sabiduría
Vigilar el corazón es encauzarse,
dirigirse a un espacio de llaneza,
guiarse hacia un confín de culto,
que nos lleva a ser compasivos,
para poder crecer en humanidad.
Si falta la vigilancia, se arriesga
todo, se expone a que se esfume,
a que se desvanezca lo generoso,
y se vigorice el impulso egoísta,
que todo lo alienta de maldades.
Lo ventajoso es sentirse alertado,
no estar ido, ni distraído consigo;
sino asistido y vuelto a la virtud
de la esperanza, con el Redentor,
como verdad y vida llena de luz.

III.- Donde hay creencia, hay certeza
Navegar sin fe es como negarse,
es hundirse y en la nada sumirse,
sin un patrimonio que preservar,
y sin un horizonte para combatir,
pues la existencia es un combate.
En ese ataque místico moramos,
porque existir es un ciclo regio,
un río de pruebas y tentaciones,
con sus oleadas desconcertantes,
que hemos de purgar y corregir.
Salvaguardar la claridad interior
es vivificante, para no destruirse,
para elegir el ritmo de la certeza,
fluyendo como siervos del Señor,
para hace aquello que nos suplica.

Autor: Víctor Corcoba Herrero