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En la Hoguera

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En la Hoguera

El hombre propone, Dios dispone, llega el diablo y todo lo descompone… La Iglesia Católica alemana anuncia un cisma y la apostasía de la Iglesia Católica y Romana, con lo que los agoreros del mal certifican como incuestionable la próxima llegada del Apocalipsis. Todas las señales están ahí: las pestes, las guerras, el hambre y sobre todo, los desastres naturales. 

Sus preocupaciones son atizadas como el fuego cuando escuchamos a los agoreros evangélicos que llevan una década escuchando las trompetas o shofares en el cielo anunciando la llegada de los cuatro jinetes del Apocalipsis, o los Adventistas de los Últimos Tiempos que aseguran que los demonios nos quieren engañar viajando en naves intergalácticas. 

Los novelistas, los cineastas, dramaturgos, periodistas e incluso los cultos esotéricos hacen su agosto con este tema, porque el miedo vende y vende mucho, dejando pingües ganancias a quienes lo cultivan y esas ganancias los incitan a seguir propagando el canto “El fin está más cerca de lo que parece” para seguir cosechando utilidades del miedo que produce el “fin del mundo”. Y es que todos, absolutamente todos, tenemos miedo de enfrentarnos a un juicio al morir, donde se pesará en una balanza lo bueno o malo que hemos sido. La mera posibilidad de que el balance sea negativo debería ponernos los pelos de punta. 

El fuego eterno, alejados para siempre del amor de Dios, nos produce pánico, o al menos debería producirlo en las personas más inteligentes y conscientes. 

Aunque nadie tiene el derecho de dudar de la infinita misericordia de Dios, a nadie le resulta ajeno el conocimiento y el temor a la justicia divina. Solo las personas menos reflexivas pueden pensar que si Dios se hizo hombre para redimir nuestros pecados, estamos automáticamente salvados sin mayor esfuerzo. La fe no es solo contemplativa, requiere de acción. Si yo creo en Cristo y en su verdad, me estoy comprometiendo con un estilo de vida que promulgo y que Jesús exigió a sus discípulos. Sin la acción, no se puede demostrar la fe o creencia. Justo aquí es donde yo quería comenzar: los que acomodan la religión a su conveniencia, entendiendo la religión como las creencias y costumbres establecidas en torno a una idea sagrada o deidad, son los primeros apóstatas y estos han existido siempre. 

La apostasía es abandonar o romper con la doctrina que se profesa. Hay quien piensa “yo soy bueno, porque no le hago daño a nadie” y eso más bien es ser tibio. Ya recordarán que el mismo Jesús declaró que vomitaba a los tibios. El no hacer el mal a nadie no te garantiza tu bondad, ya que tampoco eres bueno con nadie. Aquí, necesariamente, el creer implica la acción.

Soy bueno, porque ayudo a niños, ancianos, desvalidos, pobres, en fin, entendemos la idea, para ser bueno, hay que actuar a favor de los demás. Sí, en todo sentido práctico, todos somos apóstatas y se los demuestro fácilmente, díganme una sola mujer que esté de acuerdo con Génesis 3:16. Dios dijo a la mujer: “Multiplicaré en gran medida los dolores de tu preñez; con dolor darás a luz a los hijos y tu deseo será para tu marido y él se enseñoreará de ti”. 

Con esto la sentenció no solo a Eva sino a todas sus descendientes, por haber sido la causa de la caída de Adán o del hombre del Paraíso, no hay una sola que lo admita como cierto o como sentencia dada por el mismísimo Creador, apostasía, ni más ni menos. Y de acomodarnos la palabra de Dios a nuestra conveniencia, no se salva nadie. Después del Concilio del Vaticano llevado a cabo por Juan XXIII, miles de sacerdotes católicos predicaron la existencia del mal, pero sin que se personalizara en demonio o diablo conocido como Satanás. Aun hoy en día hay sacerdotes que lo siguen creyendo y predicando, ¡apostasía pura! Si el diablo no existiera, ¿quién entonces tentó a Jesús en el desierto? Eso ya no es conflicto entre el Viejo Testamento judío y el Nuevo Testamento, eso ya es evangelio, exactamente en Lucas 4 del 2 hasta el 13. 

¿A quién le dijo Jesús “no tentarás al Señor tu Dios?”. La apostasía pues ha sido constante y pública o privada es más reflejo de la debilidad del hombre que el quebrantamiento de su Iglesia. Por lo tanto, cronológicamente no es indicador de nada. Podemos analizar cada uno de “los síntomas” y ver que siempre ha habido guerras, unas más grandes que otras y unas más peligrosas que otras, pero no son señales de nada. Lo mismo con tsunamis, huracanes, terremotos, erupciones volcánicas. 

El fin del mundo ha preocupado a los cristianos desde que Jesús los enseñaba en persona y a la pregunta expresa “¿Señor cómo hemos de reconocer estos tiempos?”. Jesús contestó, no le es dado al hombre el saber los tiempos. Para muchos teólogos, eruditas y religiosos las más claras señales se han dado una y otra vez, y sin embargo no ha sido la voluntad divina que tuvieran razón. Tampoco ahora hay ninguna certidumbre de que el covid, la guerra de Rusia contra Ucrania y las devastaciones sísmicas de Turquía y Centroamérica o las severidades climatológicas de Norteamérica sean las claves de que la segunda venida del Señor esté cerca.

Si su conciencia lo atormenta, si se nota muy separado de Dios y de su voluntad, ¡haga algo hoy! No necesita de invitaciones o señales divinas para “prepararse para el final”. Viva su fe con alegría, sencillez y no se preocupe de lo que en el mundo pase. Lo que usted no puede evitar, pasará cuando tenga que pasar, pero si está usted en relación con Dios, no le importará si pasa o no, usted ya está cubierto. Aún queda una semana de Cuaresma, del Domingo de Ramos al Domingo de Resurrección, para que usted se acerque a un templo y visite a su mejor amigo. Protéjase con el sacramento de la reconciliación y deje que el mundo siga girando.

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