Antonio Fernández.- Aparecen en la memoria el reclamo de la conciencia: ¿Si mueres que será de ti? ¡Cierto! Nadie quiere morir, pero el rumor de morir que avecina al ser humano lo acobarda, lo que le hace ser más fácilmente manipulado cuando teme asustado perder la vida.
¿Qué será de él? Dejará las cosas materiales por las que luchó toda su vida; perderá las satisfacciones personales, sus éxitos y fama; perderá su renombre y gloria, poder y dinero; no se hace a la realidad de abandonar las cosas que en el mundo lo envanecen y enorgullecen.
El miedo a perder hacen que el ser humano viva intimidado, amenazado, como niño inquieto que ahora teme desobedecer, en otra época atendía la voz enérgica del padre responsable que se impone y le obligaba a ponerse en orden.
Pero hoy, esas cabezas de inteligencia brillante se inmovilizan porque temen la realidad que se reafirma porque careciendo de fe es nula la redención salvadora de Cristo Nuestro Señor, es cero, pero es un vacío en su alma y corazón. Entre más agobiado y angustiado más se profundiza al vacío de la fe.
¡Callan! Obedientes no quieren perder la felicidad de los goces pasajeros, siendo lamentable que la inmensa mayoría de seres humanos ya no vuelven la vista a Cristo Crucificado; ya no vuelven su corazón a reconocerlo, solo disponen sus sentidos en el despojo consciente que se han hecho a sí mismos de la fe en Nuestro Salvador.
Ese despojo ha privado de su ausencia al interior de su alma la fe en Cristo Nuestro Señor que no hay rastros, por tanto se han despojado de la primordial condición espiritual para ganar su misericordioso perdón.
Despojado de ganar su infinita bondad y de poseer su perpetuo y eterno amor, se ha despojado dejando de ganar su Sagrado Corazón que anhela vivir en cada alma.
El pecador temeroso se pregunta: ¿Conozco la razón del amor de Cristo Nuestro Señor por mí? Para todo arrepentido es velar porque el Señor lo vuelva a su redil al final de su vida terrena.
Vela en espera este deseo su Madre Santísima, pues su Santísimo Hijo en su agonía la eligió ser la puerta del cielo que inflame los corazones su maternal amor y volvemos a la incógnita: ¿Por qué Dios Nuestro Señor de múltiples formas manifiesta los bienes, gracias y dones para explotarlos en favor de la salvación eterna del pecador? Porque la reacción del hijo creado por Dios lo ha dejado de lado, negándose a recibir las gracias que deposita en todos los corazones.
Los que carecen de fe creen que lo hacen aprendiendo oraciones, cargando o regalando estampitas, comprando escapularios o medallas, pero nada es válido de esta actitud farisaica, la verdadera y profunda fe en Cristo Nuestro Señor es fácil decirlo, pero difícil hacerlo.
¿Cómo se mostrará a Él esa fe? Abandonando sinceramente la incredulidad, el paganismo, el estado de pecado que se vive, no culpando a los demás de los males que por propia responsabilidad se vive y se padece, tocar a fondo la vida enmarañada de conflictos y dar cambio a la vida de pecado de 180 grados.
Solamente así se podrá ganar, y si se quiere el camino de salvación esas actitudes que vemos por todas partes gente sin fe rechazarlas suplicando al Señor ayude expulsarlas del corazón y buscar con sinceridad la gracia en Cristo Nuestro Señor. Es cuando se dejará de ser temerosos, cobardes y la ansiedad quedará en el cesto de la basura.
La vida pasada estará borrada, por ello, el cristiano católico comprende, entiende y valora que no es escándalo, más bien debiera ser temor morir en pecado; morir sin sacramentos; morir carente de fe, esperanza y caridad; morir sin arrepentimiento.
Morir teniendo fuera de la presencia de Dios su alma y corazón; morir teniendo en el pensamiento haber perdido el temor de Dios; morir renegando de la fe de Jesucristo Nuestro Señor, quien vino al mundo a redimir mi alma y preocuparse de ya no tener los sentidos puestos en la infidelidad a Nuestro Creador.
Por lo que la convicción del cristiano católico es y será en su existencia terrena vencer las asechanzas del diablo por la fe, de donde el entendimiento manifiesta que son y serán dichosos los que saben conservar la paz y restablecerla donde falta.
El alma que ha perdido la paz es víctima dispuesta para toda pasión; la alegría le arrebata al pesimismo y desesperanza; la pena le desalienta y debilita; en la oración abstraído y desconcentrado; en el descanso, disipado; su conducta no considera los pasos falsos, ni los precipicios a que se expone.
Los bienes que hace son de naturaleza humana y no para bien de Dios o sea que a sí mismo se niega los actos que la fe y el perdón estén en la redención de Cristo Nuestro Señor.
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