Carlos Villalobos.- Actualmente, vivimos en una era donde cualquier conflicto puede transformarse en un espectáculo mediático, especialmente en las redes sociales, donde todo es un escenario y todos somos espectadores con boleto gratis. Y es que detrás de la reciente disputa entre el youtuber conocido como Mr. Doctor y la grafóloga Maryfer Centeno, hay algo mucho más preocupante que una simple riña digital: un reflejo claro de una polarización social cada vez más profunda, peligrosa y destructiva.
Más allá de la confrontación entre una grafóloga que defiende su disciplina como ciencia (a pesar de ser desacreditada por la comunidad científica) y un médico que, con datos y sarcasmo (que a veces como en el futbol americano son rudeza innecesaria) expone errores, está la incapacidad de la sociedad para entablar un diálogo sin levantar trincheras. Ambos bandos son meros síntomas de un fenómeno más amplio: la pérdida de los matices y el surgimiento de una cultura del “todo o nada”, donde se nos obliga a elegir extremos y rechazar cualquier espacio intermedio.
Este escenario no solo erosiona el debate público, sino que puede tener consecuencias sociales graves, porque la polarización nos vuelve sordos a las opiniones ajenas, paraliza la búsqueda de consensos y convierte cualquier desacuerdo en una batalla personal. Las diferencias dejan de ser oportunidades para aprender y se convierten en excusas para atacar y justo esta división extrema fragiliza el tejido social y deja cicatrices difíciles de sanar.
Por si fuera poco, los algoritmos que rigen las redes sociales amplifican este problema, simple y llanamente porque no buscan la verdad o el entendimiento, sino el escándalo y la controversia. Alimentan nuestras peores inclinaciones, empujándonos hacia contenidos cada vez más extremos. Así, tanto Mr. Doctor como Maryfer Centeno son productos de un sistema donde el ruido y la distorsión del mensaje son las formas más efectivas de captar atención. Esta dinámica distorsiona y debilita nuestra capacidad colectiva de resolver problemas reales.
La judicialización del pleito entre ambos protagonistas es otro síntoma de esta fractura social, ya que hemos llegado a un punto en el que disentir sin arruinar reputaciones o recurrir a tribunales parece imposible. Se ha perdido el espacio para la crítica constructiva y, en su lugar, proliferan los linchamientos digitales y las demandas como herramientas de venganza, inhibiendo así el debate y creando un clima de miedo y desconfianza.
Si no detenemos esta escalada, las consecuencias podrían ser devastadoras. La polarización puede conducir a una sociedad en la que el diálogo se convierta en un recuerdo lejano, donde los desacuerdos cotidianos se transformen en conflictos irreconciliables y donde la incapacidad de escuchar al otro termine por fragmentarnos irreparablemente.
La solución comienza por reconocer que necesitamos recuperar el espacio del diálogo, del respeto y del entendimiento mutuo. El verdadero reto no es quién tiene razón en una disputa digital, sino cómo evitar que la polarización nos arrastre hacia una espiral de intolerancia y confrontación permanente. Porque el peligro real no es una pelea entre un médico y una grafóloga, sino una sociedad que ya no sabe cómo sanar sus propias heridas.
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