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El pastor es mi señor

Alejandro Cortés González-Báez.- Una de las grandes lacras que podemos encontrar en los ambientes religiosos es lo que en la Iglesia Católica se conoce como “clericalismo”. Tristemente este fenómeno se ha presentado a lo largo de toda la historia y tiene una explicación muy sencilla: dada la autoridad moral que se nos concede a los sacerdotes, no resulta extraño que se nos ofrezca poder en ámbitos que no nos corresponden, pues están fuera de lo puramente espiritual.

Si a esta causa le añadimos el afán de poder de algunos clérigos, la fórmula resulta altamente corrosiva. Hasta hace pocos años era frecuente que en los pueblos la autoridad estribara en el presidente municipal y en el señor cura. Y en la práctica, podían encontrarse casos en los que estas autoridades no concordaran.

Un ejemplo especialmente ameno lo encontramos en las famosas novelas de Don Camilo, escritas por Giovannino Guareschi.

Pero estas simpáticas historias, a forma de cuentos, no resultan agradables, ni mucho menos dignas de elogio, cuando son reales.

Así pues, son innumerables y tristes las experiencias de abusos e injusticias que lógicamente terminan dañando la fe del pueblo de Dios.

Ahora bien, el clericalismo no es un fenómeno exclusivo de la Iglesia Católica, pues lo encontramos con demasiada frecuencia en las demás religiones y fenómenos religiosos por todo el mundo. El tema aparece en las películas y en los noticieros de todos los días. La prensa nos da noticia de la violencia desquiciada que provoca miles de muertos y desplazados en aras de fundamentalismos incapaces de respetar la dignidad de seres humanos, actuando violentamente en contra de todo aquel que no piensa como ellos.

También, muy cerca de nosotros, podemos descubrir a dirigentes religiosos de diversas denominaciones que actúan con carácter mesiánico y reciben tratamientos de una reverencia exagerada. Todo ello acompañado de sustanciosas prebendas económicas.

Leemos en un salmo aquella famosa oración: “El Señor es mi pastor, nada me faltará”, que en muchos casos podemos descubrir que lo han cambiado en la práctica por: “El pastor es mi señor, nada le faltará”.

El Papa Francisco, desde el principio de su pontificado, e incluso desde mucho antes, no ha dejado de pronunciarse en contra de este deprimente vicio. De forma reiterada nos anima a los clérigos a llevar una vida coherente con la predicación y el ejemplo de Jesús, quien dijo de sí mismo: yo no he venido a ser servido, sino a servir. Las exigencias de la labor sacerdotal han de compaginarse con una entrega exigente, sin lujos ni caprichos.

Por otra parte, los sacerdotes han de vivir con dignidad usando de unos medios que les faciliten su labor de almas en temas como la vivienda, alimentación, lo mismo que en los medios para descansar, tan necesarios en una labor que puede ser extenuante. Además, han de estar protegidos con la atención médica conveniente.

El sacerdote ha de estar al servicio de los demás, nunca al revés.

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