Padre Eduardo Hayen.- La Suprema Corte de Justicia de la Nación, una vez más, ha cometido un grave atropello contra la dignidad humana. Después de haber despenalizado el aborto el pasado 7 de septiembre, ahora los ministros han invalidado el derecho a la objeción de conciencia que tienen los médicos y personal de salud para no practicar el aborto, cuando consideran que dicha práctica contradice el juicio de su conciencia personal. La objeción de conciencia es la negativa de una persona para cumplir con un mandato jurídico cuando éste se opone a sus creencias fundamentales.
Vivir según nuestras convicciones sobre el bien y el mal es un derecho primordial que protege nuestra dignidad y libertad. Es un derecho que todos tenemos y que ahora ha sido revisado por la Corte, para ser remitido a las cámaras legislativas y que sean estas las que establezcan sus límites. Saben que si permiten el derecho a la objeción de conciencia como está hoy estipulado en la ley, la mayoría del personal sanitario en México se negará a practicar abortos, lo que pondría iracundas a las feministas.
En el fondo lo que las autoridades judiciales y legislativas del país quieren es que en México se practique el aborto, a como dé lugar, y que los llamados “derechos sexuales y reproductivos” de las mujeres prevalezcan por encima de un par de derechos humanos fundamentales que hoy son despreciados: el derecho a la vida del no nacido y el derecho a la objeción de conciencia por parte de los médicos y enfermeras.
La conciencia, según enseña la Iglesia Católica, es el juicio moral que nos invita a practicar el bien y evitar el mal. Es la voz de Dios que nos habla interiormente con autoridad y que nos invita a acoger sus mandamientos. En todo lo que hacemos, estamos obligados a seguir fielmente esa voz interior para obrar lo que es recto, para dejarnos instruir y gobernar por ella. Juan Enrique Newman decía que “la conciencia es el primero de todos los vicarios de Cristo”.
La exigencia de escuchar la propia conciencia es imprescindible hoy, más que nunca, ya que vivimos en un mundo que nos impulsa a vivir como autómatas, prescindiendo de toda reflexión, examen o interioridad. Por eso exhortaba San Agustín: “Retorna a tu conciencia, interrógala… Retornad, hermanos, el interior y en todo lo que hagáis mirad al testigo, Dios”.
Las autoridades judiciales en México se inclinan para que los mexicanos descalibremos nuestra brújula moral y actuemos contra nuestra conciencia. Quieren acallar la voz de Dios que resuena en nuestro interior y así participemos en cosas que repugnan, no solo a la conciencia, sino a la misma inteligencia, como es el acto antinatural de matar a un hijo en el vientre de su madre.
Cuando el Sanedrín quiso callar a los apóstoles para que no predicaran a Jesús resucitado, Pedro les dijo lo equivocados que estaban: “Hemos de obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5,29). Poner límites a la libertad de conciencia en materia de aborto y presionar a los médicos para que maten bebés, es una forma brutal de violencia contra las personas. Va contra el derecho que tenemos de vivir según nuestras convicciones morales y religiosas.
La libertad de conciencia es un derecho que no puede otorgar el Estado sino solamente reconocerlo y respetarlo. Si se permite que el Estado vulnere este derecho, entonces podrá suprimir cualquier otro, como el derecho a la asociación, a la expresión de nuestras ideas, a publicarlas y el derecho a la libertad religiosa. Hemos de obedecer a Dios –que nos habla en la conciencia diciendo “no matarás”–, antes que a los hombres.
Si permitimos que la SCJN y los legisladores laceren el derecho a la libertad de conciencia y a la libertad religiosa, estaremos dándoles luz verde para que ejerzan un dominio tiránico sobre lo más íntimo y sagrado que poseemos, que es nuestra conciencia. De esta manera el Estado ejercerá un control férreo y despótico, en detrimento de cada persona que convive en el ámbito de nuestra sociedad civil.