Aída María Holguín Baeza.- Este 24 de enero se celebra el Día Internacional de la Educación, un momento para reflexionar sobre los avances, desafíos y oportunidades que enfrenta el sistema educativo global.
En ese marco, para el año 2025, la UNESCO ha establecido como tema de reflexión para la acción “Inteligencia artificial y educación: preservar la autonomía en un mundo automatizado”, invitándonos así a pensar sobre cómo las tecnologías emergentes, particularmente la inteligencia artificial (IA), están transformando la manera en que aprendemos y los principios esenciales de la educación.
Y es que, si bien los sistemas y plataformas de aprendizaje adaptativo que permiten a los estudiantes avanzar a su propio ritmo, recibir retroalimentación instantánea y acceder a contenidos personalizados han abierto nuevas puertas para la accesibilidad (especialmente para estudiantes con discapacidades), se trata de tecnología que trae consigo interrogantes sobre las implicaciones de la automatización en el proceso educativo.
Sí, la IA puede optimizar muchos aspectos de la educación, pero también plantea el riesgo de que los estudiantes se vean reducidos a meros receptores pasivos de contenido, eliminando la autonomía crítica que debería caracterizar el aprendizaje. De ahí la importancia de recordar y reconocer que la educación no debe ser solo un proceso de transmisión-recepción de información, sino una experiencia de reflexión, exploración y desarrollo intelectual que no puede –ni debe– ser completamente automatizada.
Considerando, pues, que la autonomía es pilar fundamental de la educación dado que se asocia con la capacidad de las personas para tomar decisiones informadas y actuar por sí mismas, en la era de la IA este principio se pone a prueba cuando los algoritmos comienzan a influir en las decisiones.
Es por eso que, si la automatización no se maneja adecuadamente, podría hacer que los estudiantes dependan cada vez más de las máquinas para tomar decisiones, en lugar de fomentar su capacidad para pensar y decidir por sí mismos. Por eso mismo es crucial que la educación continúe enfocándose en el desarrollo integral del estudiante, manteniendo espacio para la reflexión crítica y el cuestionamiento, algo que la IA no puede reemplazar.
Entonces, aunque indiscutiblemente la IA tiene un potencial transformador, la responsabilidad humana debe seguir siendo el eje de la educación.
Es imprescindible, pues, que la educación mantenga su enfoque humano, con los educadores como guías que fomenten la autonomía, mientras que la tecnología debe ser una herramienta complementaria, no un reemplazo. Además, se debe asegurar que la IA no amplíe las desigualdades ni comprometa la transparencia y la ética en su uso.
Bajo esa perspectiva, el uso de la IA debe ser ético y justo, contribuyendo a un entorno donde las herramientas tecnológicas no generen nuevas brechas ni exclusiones. Es decir, la IA debe ser concebida y aplicada con una perspectiva inclusiva, asegurando que todos los estudiantes, independientemente de su contexto socioeconómico o cultural, puedan acceder a los mismos recursos educativos. Así, la IA sirve como herramienta para democratizar el conocimiento y no para perpetuar las desigualdades existentes –o crear otras nuevas–.
En este contexto, el reto radica en encontrar un equilibrio donde la IA potencie la educación sin desplazar los valores fundamentales de la autonomía, la creatividad y el pensamiento crítico, asegurando que la tecnología siga sirviendo al desarrollo humano.
A modo de resumen, finalizo citando lo dicho alguna vez por el ingeniero, informático teórico y empresario estadounidense, Tim Cook: Lo que todos tenemos que hacer es asegurarnos de que utilizamos la IA de una manera que beneficie a la humanidad y no en detrimento de ella.
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