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Duelo en el barranco

Raúl Ruiz.- Hacía mucho que no tenía una pesadilla. Comenzaré por definir, pesadilla. Una pesadilla es un sueño que provoca emociones negativas intensas, como miedo, angustia o ansiedad. Suelen ocurrir durante la fase del sueño conocida como REM (movimiento ocular rápido), que es cuando los sueños son más vívidos.

Aunque el contenido varía mucho entre personas, las pesadillas a menudo incluyen escenarios amenazantes o situaciones que desafían nuestra sensación de seguridad o la seguridad de terceros.

Desde una perspectiva psicológica, pueden ser una forma en que nuestra mente procesa estrés, traumas o preocupaciones del día a día. Algunas culturas también han interpretado las pesadillas como señales o símbolos que tienen un significado más profundo.

Y heme aquí, tratando de descifrar tal desasosiego. Pues ahí tiene usted, que en mi sueño todo aparecía en sepia, como las escenas que pintan a México en películas gringas con el tema de narcos.

En medio de una polvareda parecida a la más reciente tormenta sufrida en el desierto de Gobi, desde la azotea de un edificio de cuatro pisos, veía yo un solar, una planicie extraña y, enseguida, un barranco. Luego sabría que el barranco era una fisura tectónica, causada por un terremoto.

Nomamespancho. ¿Un terremoto de esa magnitud en Ciudad Caótica? Así como lo están leyendo. Créanlo o no. Es mi pesadilla y así ocurrió.

El polvo nunca se disipó y de entre la bruma, apareció el senador Juan Carlos Loera De la Rosa, pegando chicos gritotes con una charrasca en la mano.

– ¡Sal, hijoetupinchimare! ¡Da la cara!

El viento arrancaba hórridas notas en su ulular. El polvo en los ojos, orejas y fosas nasales era desesperante. Esta escena no se veía desde la crucifixión de Cristo, dos mil veinticinco años atrás.

Envuelto con una manteleta en la cabeza y rostro; y goggles para cubrir los ojos apareció un vato, muy pantera. Desenfundó tremendo filero matamarranos y contestó.

– Qué bueno que vienes solo. Te ocultas siempre tras tus parientes y amigos que alimentas con lo que sacas del erario. Seguramente se perdieron en la tormenta de arena.

Y mientras empuñaba con más fuerza la charrasca, contestó Loera, (escupiendo polvo, el senador no traía protección facial):

– Te vas a tragar tus mentiras, cabrón. Y hasta aquí llegaron tus intenciones de poder, ¡inútil!

Ambos rivales traían añejas malquerencias. Y luego de años de andarse cocoreando mutuamente, por fin estaban uno frente al otro, dispuestos ‘a partirse la madre’. (Expresión coloquial de barrio mexicano)

– Hubieron de pasar los años para que me decidiera reclamar lo mío.

Dijo el enmascarado.

Y prosiguió…

– Puedo exigir con la frente en alto, porque siempre fui entregado en mi trabajo. Y aunque no tengo la fuerza de los cuervos de la nación; dinero de la alcaldía, ni padrino que me patrocine, aspiro a la alcaldía que tú pretendes asaltar con triquiñuelas.

Y comenzaron la danza de la muerte.

El viento enfurecido arrancó el velo del rostro oculto y… ¡Ay wey!, era el profe Martín Chaparro. Con el rostro veteado… por la muina.

¡Se van a matar!, ¡Se van a matar! Comenzó el griterío.

Llamen al 911.

¡No hay señal! El clima destrozó la comunicación.

En eso, interviene la delegada del Bienestar, Mayra Chávez, y a riesgo de ser cortada por las armas asesinas, les dice:

– Compañeros, así no se resuelven las cosas.

Ambos enemigos, como si se hubieran puesto de acuerdo, la empujan y la avientan por allá. En eso, la tierra vuelve a rugir y se traga al senador y a Martín.

Presagios perros.