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Día de muertos

Alejandro Cortés González-Báez.- No cabe duda que hablar de la muerte es un tema obligado en todas partes y todos los días. Los medios, al igual que en nuestras casas y trabajos, nos dan las noticias de la gente que murió ayer, que se están muriendo hoy o que pensamos morirán dentro de poco tiempo. De este mundo nadie sale vivo.

Sin embargo, cuánto nos cuesta aceptar nuestra propia muerte o la de nuestros seres queridos. Y es que no es lo mismo saber que murieron trescientas personas en Afganistán o en Nueva Delhi que recibir la noticia de que falleció “fulanito”, mi hermano, mi hijo, mi papá o mi esposa…

Quienes no tienen fe en Dios, suelen ver la muerte como un muro inmenso y altísimo… ¡insuperable!, pero para quienes tenemos la dicha de saber que Dios sí existe, y que además nos ama, la muerte es la puerta que está en ese muro y que nos permite entrar a la casa de ese Dios que es nuestro Padre, es decir, que entramos a nuestra verdadera casa.

Con frecuencia escuchamos este tipo de conversaciones: ¿Sabes que la semana pasada murió mi mamá? y la otra persona pregunta: ¿Cómo se llamaba tu mamá, para pedir por ella? Aquí tenemos que hacer una corrección importante: La gente que muere no pierde su nombre, se sigue llamando igual que en la Tierra. Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos.

También la fe nos enseña que no todo el que muere se salva. En los Evangelios aparecen 21 citas en las que Jesús habla del infierno. Asunto que lógicamente no nos gusta y por eso algunos lo niegan, pues les parece que la bondad infinita de Dios no es compatible con un castigo eterno, pero aquí tendremos que considerar dos asuntos: Si negamos su existencia estaríamos llamando mentiroso a Jesucristo. Y el segundo es que, si todos se salvan, no tendría caso vivir honestamente, haciendo el bien, cumpliendo con nuestros deberes familiares, sociales y profesionales. De ser así, los corruptos, los asesinos, los pervertidos recibirían el mismo premio que aquellos que se dedican a servir por amor a los demás… conclusión: Dios sería gravemente injusto.

Existe una máxima que dice: Siempre hay que estar preparados para lo peor. Me parece que tiene mucho sentido, pues si lo peor no llega todo estará bien, pero si llega, estaremos alertas para poderle hacer frente.

En su libro Camino, San Josemaría nos dice:  A los “otros”, la muerte les para y sobrecoge. A nosotros, la muerte —la Vida— nos anima y nos impulsa. Para ellos es el fin: para nosotros, el principio.

De hecho, los primeros cristianos solían llamar al día de la muerte “dies natalis”, es decir, día del nacimiento. Estas dos palabras cambian por completo el sentido de nuestro gran tema. Vivir sin fe sobrenatural es como estar desconectado de la corriente eléctrica, se puede ser una máquina de gran calidad —una gran persona— pero sin esa corriente a nuestras vidas les faltaría algo fundamental. 

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