Daniel Valles.- El presidente de la república se ha negado a usar un cubre-bocas desde que estos se han empezado a usar. Será cosa de dos meses.
Sí usó uno en su reciente viaje a Estados Unidos, las autoridades de ese país les exigen a todas las personas que suben a un avión o andan en público que usen cubre-bocas.
Se cumple el dicho de que donde manda capitán, todo mundo usa cubre-bocas, aunque no les guste. El uso de cubre-bocas no es un mero capricho de alguna persona.
De acuerdo con el Instituto de Métricas y Evaluación de Salud (IHME) de la Universidad de Washington, si el 95% de la población hiciera uso del cubre-bocas, se podrían reducir las muertes estimadas por el virus en todo el mundo.
El científico mexicano y ganador del premio Nobel de Química, Mario Molina, recomendó a la población en general y a los líderes mundiales, incluido el presidente Andrés Manuel López Obrador, el uso del cubre-bocas cuando realicen actividades públicas, ya que esto evita la propagación del Covid-19.
Un estudio publicado por Mario Molina y colegas suyos, mostraron el impacto que tuvo la implementación del cubre-bocas en Italia y Nueva York, lo cual resultó en una disminución de los casos de Covid-19, mismo que fue resaltado por el Nobel de Química.
“Esa medida protectora por sí misma redujo significativamente el número de infecciones, esto es, por más de 78,000 casos en Italia entre el 6 de abril y el 9 de mayo, y por más de 66,000 casos en la Ciudad de Nueva York entre el 17 de abril y el 9 de mayo”, indica el texto científico.
Con todo y esto, el presidente se niega a usar cubre-bocas. ¿Por qué será? ¿Rebeldía? ¿Capricho? Es un gran misterio. Serán ideas de la edad. No lo sabría, pero en este momento se puede especular y cualquier hipótesis es válida.
Al inicio de la pandemia en México, el Dr. Hugo López-Gatell afirmó que el uso del cubre-bocas era poco eficaz, puesto que esto podría generar una falsa confianza en las personas, además de que sería peligroso el mal uso del mismo.
Sin embargo, a finales de abril el funcionario indicó que el tapabocas sí sería de utilidad para evitar enfermedades respiratorias. Hasta se atrevió a decir López-Gatell, que el presidente no era fuente de contagio por su fuerza moral, la que no ha ejercido para comunicarle a la población mexicana que use cubre-bocas.
En México ya llevamos 46 mil muertos y 416 mil contagios. Algunos miles se podrían haber evitado con el uso de esa pieza de la que ahora se pueden conseguir en cada esquina de cualquier ciudad del país.
Si el presidente y el subsecretario de salud usaran este artículo en público, millones de personas en el país seguirían el ejemplo que ambos enviarían, pero no, no lo hacen.
Hay una necedad supina que expresan diariamente y con ello un contraejemplo que va en perjuicio de cada habitante de México. No es exageración.
Será por ello que diputados del Partido Acción Nacional (PAN) presentaron un amparo para que el presidente Andrés Manuel López Obrador use cubre-bocas.
Esto provocó que en la conferencia de este viernes por la mañana el mandatario dijo que solo lo usará cuando se acabe la corrupción en el país. Ergo, nunca. Así el mandatario demuestra cuánto le importa la salud de los mexicanos.
“Los del PAN ya presentaron una denuncia porque quieren que yo me ponga cubre-bocas… Me voy a poner tapabocas cuando no haya corrupción ya, entonces me pongo tapabocas”, dijo el presidente.
A lo que el diputado Carlos Castaños Valenzuela, espetó: “El presidente como figura pública y referente, está obligado a portar el cubre-bocas en público”, dijo en un comunicado, a nombre de la bancada,
La declaración del presidente es tan contradictoria, como casi todo lo que dice, pues ha afirmado que con su llegada a la administración, la corrupción ya se terminó.
Pero también es equivocada. Porque la corrupción no se termina, no se elimina, solo se controla. Esto se lo he dicho de frente al hoy presidente, pero al parecer no lo entiende, no lo acepta o su obcecación es mayúscula.
Contra la corrupción no hay bala de plata para acabar con ella. Pero se puede controlar mediante una decisión personal, libre, meditada, consciente, que genere hábitos a la persona para no participar en actos de corrupción.
Lo anterior provoca un cambio en los marcos de pensamiento en la persona que finalmente decide por sí misma, sin coerción alguna lo que mejor le conviene. Pues la corrupción siempre pasa una factura a la persona corrupta cuyo costo económico, moral, ético y emocional es más alto que todos los beneficios momentáneos que proporcionó.
¿No me creen? Pregunten a cualquiera que esté en la cárcel por haber sido descubierto en la tranza.