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Cisma en Alemania

Padre Eduardo Hayen.- El 31 de octubre de 1517 Martín Lutero clavó, en la iglesia de Todos los Santos en Wittemberg y en otras parroquias de Alemania, carteles que contenían las 95 tesis o propuestas teológicas para ser debatidas en la Iglesia. Ese día inició la Reforma protestante que marcó, con tanto dolor, la historia de la Iglesia y de Europa.

El pasado 10 de mayo de 2021 un grupo de sacerdotes iniciaron, lo que muchos consideran, un nuevo cisma, con la bendición pública de parejas homosexuales y heterosexuales no casadas por la Iglesia en varias parroquias de Alemania.

La iniciativa de estos sacerdotes alemanes tuvo como lema “el amor gana”, y se invitó a todas las comunidades parroquiales del país a sumarse a ella como un acto de rebeldía al Documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe que prohíbe la bendición a parejas homosexuales. Aclara el escrito vaticano que se pueden bendecir a personas homosexuales de manera individual para pedir por ellas, pero no a las uniones, ya que el pecado no puede ser bendecido.

Ubiquemos el hecho en su justa dimensión. Numéricamente el acontecimiento no es relevante. Las ceremonias de bendición se realizaron en aproximadamente cien parroquias, lo que representa apenas el uno por ciento del total de las comunidades parroquiales germánicas.

También es sabido que en Austria algunos sacerdotes lo hicieron. Y aunque las cifras son irrelevantes, el impacto mediático en el mundo ha sido tremendo. Se trata de un acto de desobediencia y de irrespeto al Papa, a la doctrina católica y un ultraje al Cuerpo Místico de Cristo –la Iglesia– que confunde y escandaliza a los más pequeños.

Sin embargo, lo peor es lo programado para el día 15 de mayo. El presidente del episcopado alemán, monseñor Georg Bätzing, ha dicho que en ese día harán una celebración en la que invitarán a recibir la Comunión eucarística a católicos y a protestantes que, en conciencia, se acerquen a comulgar.

Esto es mucho más grave que la bendición a parejas homosexuales. Se trata de un agravio a la Eucaristía hecho en masa, a la presencia real de Jesucristo, que es lo más sagrado que custodia la Iglesia.

Sabemos que para recibir el Cuerpo del Señor, sacerdotes y fieles hemos de estar en estado de gracia. Comulgar en estado de pecado grave –afirma San Pablo– nos hace reos de muerte espiritual (1Cor 11,27), y el Código de Derecho Canónico lo declara como sacrilegio.

En la Iglesia, una de las causas de la excomunión “latae sententiae” –la que ocurre de manera automática al cometer ciertos delitos o pecados– es la profanación deliberada de las especies eucarísticas. La excomunión es una pena canónica –la más grave– cuya finalidad es proteger al Pueblo de Dios de caer en errores que podrían comprometer su salvación.

Si se profana la Eucaristía de la manera descarada en que esos obispos y sacerdotes lo pretenden hacer, millones de católicos en el mundo quedarán confundidos y escandalizados. Si hay obispos y sacerdotes que dan la sagrada Comunión a cualquier persona, incluso a no católicos, los sacramentos del Bautismo y de la Confesión pierden su sentido.

Nos preguntamos por qué ese grupo de clérigos alemanes y austriacos no se retiran de la Iglesia para fundar sus propias comunidades. Quizá se sienten los nuevos reformadores y creen que permaneciendo en las filas del catolicismo podrán hacer que muchos, desde diversas partes del mundo, sigan sus propuestas. De esa manera podrían desmembrar más la unidad de la Iglesia.

La situación es gravísima y requiere de una intervención especial de la autoridad de la Iglesia para poner orden y evitar peores consecuencias.

Todos los cismas en la Iglesia son trágicos y nadie los queremos. Hemos de orar diariamente para que no ocurra una nueva escisión con los alemanes. Seguramente el Papa los ha invitado a dialogar y a recapacitar. El gran riesgo es que estos escándalos queden impunes y así se transmita el mensaje de que cualquiera puede hacer lo que se le ocurra en la Iglesia, al fin que nada sucede.

A Lutero le dieron tiempo para que se retractara. Nunca lo hizo y la sentencia de excomunión se decretó en enero de 1521, hace 500 años.