Raúl Ruiz.- Hace cosa de una semana, el exsecretario de la Defensa Nacional, durante el sexenio de Enrique Peña Nieto, General Salvador Cienfuegos, fue detenido en el aeropuerto de Los Ángeles, acusado por la DEA de lavado de dinero, narcotráfico y otros delitos.
Las acusaciones contra Cienfuegos se basan en 700 documentos que le fueron entregados a la fiscalía mexicana, en los cuales sustentaban la acción para detenerlo. Una causa principal, perfectamente documentada. La acusación penal por narcotráfico en su contra; y se lo cargaron.
La documentación fue entregada a la fiscalía el 15 de octubre por agentes de la estadounidense Administración para el Control de la Droga (DEA, por sus siglas en inglés), pero el pasado 18 de noviembre, las autoridades de ambas naciones acordaron retirar los cargos porque aparentemente será la justicia mexicana la que lo investigue.
Haiga sido como haiga sido, extrañamente, el Departamento de Justicia de Estados Unidos informó que solicitó a la jueza que lleva el caso del general mexicano Salvador Cienfuegos que “desestimara” los cargos en contra del ex secretario de la Defensa Nacional (Sedena) durante el sexenio de Enrique Peña Nieto, para que la Fiscalía General de la República (FGR) de México lleve a cabo sus propias indagatorias, sin dejar de lado los esfuerzos bilaterales para sancionar en ambos lados al exfuncionario de las fuerzas armadas.
Y así se hizo. Con el clásico ‘usted perdone’, los gringos le quitaron el uniforme naranja del penal, lo bañaron, lo peinaron, le devolvieron su uniforme militar, su rango, sus medallas y lo subieron a un avión privado con destino a la CDMX, regresándole su libertad.
Con información de varias agencias de noticias mexicanas, solo se le pidió que registrara sus datos personales y proporcionara un teléfono para ser localizado. ¡Nomamespancho! Esto causó escozor entre la población, pues todos sabemos que una vez libre nunca será juzgado.
El pueblo se le dejó caer al presidente. Que si Ovidio, que si los abrazos y no balazos. Que si se tiró al piso como alfombra postrándose ante “El Sindicato”, una cofradía generalazos mexicanos que controlan las fuerzas armadas en México, y al parecer hasta al presidente. Insólito.
Yo mejor ya no le rasco al asunto, porque huele muy feo. Prefiero echar la vista hacia otro lado, no sea que, por curioso, me tope con la milicia y ahí queden mis huesos postcovidianos en el desierto de Samalayuca.