Doctor Omar Bazán Flores (*).- Nos encontramos a tiempo de seguir reforzando e impulsar más y mejores políticas de reciclaje para los residuos electrónicos, conocidos popularmente como “basura electrónica”, que aumentarán paulatinamente en los próximos años. Para 2030, se espera una tasa anual de 9 kilogramos por habitante, en promedio, lo que obliga a los países a adoptar políticas de reciclaje de materiales.
Dichas iniciativas deben priorizar un manejo adecuado, ya que los aparatos eléctricos y electrónicos están compuestos de materiales diferentes, tanto valiosos como potencialmente peligrosos. En este sentido, oro, plata, paladio y cobre son algunos de los materiales valiosos que se pueden recuperar.
En cambio, plomo, cadmio, mercurio y arsénico son algunos de los componentes peligrosos que pueden estar presentes en los equipos en desuso y generar consecuencias negativas al ser liberados al medio ambiente durante su desensamble.
Un ejemplo de compuesto peligroso es el plomo, que está presente en la soldadura de muchos equipos. Por ejemplo, en un teléfono móvil es posible encontrar materiales de alto valor junto con elementos potencialmente peligrosos. Éstos son la causa de los impactos negativos que se generan al medio ambiente cuando se disponen en rellenos sanitarios, llegan a los suelos o cuerpos de agua o se realiza su desensamble inadecuado.
De ahí que sea necesario cerrar la brecha en la disparidad entre los países que tienen políticas de reciclaje.
Estos datos están contenidos en el documento “Economía circular y valorización de metales”, que publicaron la ONU y la CEPAL, en la cual indica que, en una muestra de 78 países, se obtuvo que un 82.6% de los residuos generados, por ejemplo, en el año 2019.
En este sentido, se estima que, por cada 1,000 toneladas de residuos electrónicos desechados por año, se generan 40 empleos relacionados a labores de recolección, transporte, almacenamiento, pretratamiento, tratamiento, medición y control, entre otros.
Los residuos electrónicos son aquellos que comprenden “todos los elementos de aparatos eléctricos y electrónicos (AEE) o de sus componentes, que hayan sido desechados por sus propietarios como desperdicios sin ánimo de reutilizarlos”.
Para referirse a estos desechos se habla de residuos de aparatos eléctricos y electrónicos (RAEE).
Estos flujos de desechos sólidos están entre los de más rápido crecimiento en el mundo, lo que se puede atribuir a las continuas innovaciones tecnológicas, a los ciclos cortos de vida de los aparatos y a la creciente demanda de los consumidores.
Entre la clasificación de aparatos considerados “basura electrónica”, desechados por las personas, se encuentran:
Refrigeradores, congeladores, equipos de aire acondicionado, bombas de calor. Monitores y pantallas, televisores, monitores, computadoras portátiles, tablets, lámparas fluorescentes, descarga y LED.
También lavadoras, secadoras, lavavajillas, cocinas eléctricas, fotocopiadoras, grandes impresoras, paneles fotovoltaicos.
Aspiradoras, hornos microondas, tostadoras, hervidores eléctricos, afeitadoras eléctricas, calculadoras, aparatos de radio, cámaras, juguetes eléctricos y electrónicos, pequeñas herramientas eléctricas y electrónicas, pequeños dispositivos médicos, pequeños instrumentos de supervisión y control.
Pequeños aparatos de TI, teléfonos móviles, dispositivos del sistema mundial de determinación de posición (GPS), calculadoras de bolsillo, las computadoras personales, impresoras y por supuesto, teléfonos.
Los datos más recientes, que obligan al accionar son los presentados por el Observatorio Mundial de Residuos Electrónicos 2020, pues señala que en 2019 se generaron 53.6 millones de toneladas métricas de residuos electrónicos en el mundo, y un promedio mundial de 7.3 kg/habitante entre países desarrollados y países menos desarrollados.
(*) El Doctor Omar Bazán Flores es Rector del Instituto Estudios Superiores de Chihuahua