Alejandro Zapata Perogordo.- Nuevamente se presentan cuadros trágicos ocasionados por la madre naturaleza: la temporada de huracanes acompañada de intensas lluvias azotó sin piedad zonas de los estados de Hidalgo, Veracruz, Querétaro, San Luis Potosí y Puebla, dejando a su paso desastre y desolación.
La población afectada necesita ayuda, solidaridad y atención para paliar los efectos dramáticos por los que atraviesan; de hecho, existen cientos de miles de personas damnificadas; la Presidencia de la República estima que alrededor de cien mil viviendas se han visto dañadas; se reportan 67 fallecimientos y 65 desapariciones, como cifras preliminares.
Es una cuestión que requiere auxilio, la situación por la que atraviesan reclama apoyo urgente, acciones inmediatas para que esas personas sean atendidas en sus apremiantes necesidades y ponerlas a salvo de los fenómenos naturales que han perturbado su tranquilidad.
Me parece además lógico que ante la desesperación producto de las circunstancias por las que atraviesan muchas de las gentes afectadas, se pronuncien y hagan reclamos, recriminaciones y manifestaciones de hartazgo; no es para menos, son reacciones derivadas de la angustia ante lo que consideran falta de soluciones ante el grave problema que atraviesan.
Las acciones a favor de quienes están en desgracia no tienen nada que ver con las ideologías, es una cuestión de humanismo y menos –como lo están haciendo diversos protagonistas– utilizar esa desgracia para promover la imagen de algunos gobernantes en turno, lucrando con el dolor ajeno, esa es politiquería en su más vil expresión.
Ahora, si bien es cierto, que la gravedad de los daños ocasionados por un fenómeno natural depende de la intensidad con que se presenta; también lo es, que sus efectos –en mayor o menor grado– son previsibles y, por lo tanto, atemperables.
El problema se magnifica cuando las políticas de prevención no son observadas, como acontece actualmente. Podemos afirmar que cada año se presentan condiciones similares en diversas regiones del país, donde además se tiene el mapa de riesgos, por lo que resulta inconcebible que los gobiernos en sus diferentes órdenes, solamente presten atención cuando se ha presentado la eventualidad con todos sus estragos.
La decisión de disolver el FONDEN, que iba dirigido a la atención de desastres naturales, permitía contar con todo un sistema operativo de auxilio en este tipo de situaciones e, inclusive, a procesos de planeación y acceso a recursos a las entidades federativas.
Sin embargo, en los estados no tomaron sus providencias, han sido completamente omisos en esa área, se olvidaron de llevar a cabo obras de infraestructura para evitar catástrofes naturales, los presupuestos se orientaron a la rentabilidad política y ahora la gente resiente con crudeza esas faltas.
Tal parece que la devastación que dejó en huracán Erick en Guerrero y Oaxaca hace poco tiempo, no le sirvió al gobierno como una experiencia de aprendizaje, solamente se preocupan cuando la tragedia ya ocurrió, entonces entran a reparar la evitable desgracia humana.
Por eso se entiende que se levante la voz, que se grite, reclame y exija, sin colores ni afanes políticos, simplemente que con responsabilidad cumplan la función de estado, sin titubeos, con vocación de servicio y humanismo social.



