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Afiliaciones peligrosas e irresponsables

Soc. Omar Jesús Gómez Graterol.- Todo ser humano tiene derecho a vivir en concordancia a lo que su conciencia le indica ejerciendo su libre albedrio. Pero esta libertad, en sí misma, conlleva una obligación que al parecer muchos irresponsablemente quieren ignorar con el agravante de que seres ajenos a ellos son afectados por estos actos.

Cuando se elige adoptar una teoría, una ideología, una corriente de pensamiento, una filosofía de existencia, una religión o una postura política, se debe tener en cuenta que se está asumiendo una posición ante la vida que tendrá repercusiones particulares y colectivas. 

Estas pueden resultar positivas y negativas para sí y para otros en función del manejo consciente o no que haga el individuo de las doctrinas que sigue. En este sentido, esto ha de convertirse en un asunto a examinarse con profundidad y responsabilidad. Al abrazar una causa o a un determinado movimiento, es necesario que se tenga o adquiera un conocimiento básico y adecuado sobre lo que se está realizando y de cuáles son los fundamentos que se están siguiendo.

No obstante, con frecuencia, se logra apreciar por diferentes medios de comunicación a personas asistiendo a marchas o luchando por ideales cuyas bases son incapaces de cuestionar, defender, fortalecer o hacer crecer porque simplemente no entienden a cabalidad de qué se tratan. Es decir, se hacen de un partido político, credo, razonamiento, y párese de contar, por moda más que por una solida convicción en su accionar.

Al ser confrontados muestran señales que van desde el disgusto, pasando por la violencia, hasta actitudes infantiles en los que las risitas nerviosas ponen en evidencia mentes poco claras con respecto a lo que se encuentran efectuando.

Así se nota a “defensores” de iniciativas de derecha o izquierda, de religiones además de opiniones de diversa naturaleza, apoyando acciones cuyo impacto no consiguen prever y ni siquiera se molestan en hacerlo. Sin embargo, y a pesar de tamaña irresponsabilidad, continúan insistiendo en desarrollar proyectos, programas o planes que, si fallan, afligirán a otros y seguramente a ellos mismos (pero de esto no tomarán consciencia sino al momento que los adefesios que promueven terminen por dañarlos también).

Algunos incluso, poseen la osadía de refutar o contradecir a quienes en carne propia han experimentado la puesta en práctica de los argumentos que exponen. Así se observa a ciertos personajes, con discursos apologéticos, catalogando a dictaduras como paraísos y a dictadores como héroes o clasificando a víctimas como victimarios y a victimarios como víctimas.

Este comportamiento socialmente alcanza un efecto peligroso ya que tan perjudiciales resultan los fanáticos en sus dogmas como las almas superficiales en las concepciones que predican o ejecutan. Si estas últimas acceden a espacios de poder son fáciles de engañar, manipular y caer bajo la voluntad ajena haciendo cosas que, si comprendieran a precisión, conociendo realmente las implicaciones de éstas, jamás las hubieran sugerido o se avergonzarían de ello.

Por lo expuesto, al asumirse una manera de percibir, interpretar y relacionarse con la realidad hay que intentar obtener la mayor información posible de lo que se está obrando. No se justifica seguir promoviendo situaciones en las que después la gente se quiera lavar las manos, disculpando su incumbencia, pretendiendo que no sabían qué contenía lo que defendían.

Indudablemente, es factible que haya equivocaciones, así como la opción de cambiar de creencias o apreciaciones. Se puede coquetear con varias ideas hasta elegir aquellas que más se ajustan a las certidumbres personales. Lo que no está bien es jugar con contenidos que luego de afianzados perjudiquen a todos porque alguien no se tomó la molestia de indagar acerca de lo que estaba impulsando.